Lo dije respecto a “Buried” y vuelvo a repetirlo ahora: los que menosprecian o devalúan “127 horas” lo hacen —en la mayoría de los casos— desde una perspectiva eminentemente intelectual. Bressoniana, diría yo. Y eso significa, ni más ni menos, que los detractores de esta peli suelen ser —no siempre, pero sí muchas veces— recalcitrantes gafapastas a quienes les fastidia el barroquismo de Boyle y que, sin lugar a dudas, hubieran valorado mucho mejor su última obra si ésta se hubiera ceñido estrictamente a una serie de cánones, por decirlo así, más sobrios y minimalistas.

La mejor cualidad de “127 horas”, sin embargo, reside —a mi juicio— en el inestimable jugo que el inglés es capaz de extraerle a su propio libreto de estilo. Un libreto de estilo fértil, enfático y vigoroso que, lejos de agravar las propias limitaciones de la trama argumental, le imprime a la peli un nervio y una tensión francamente encomiables. Algo que, unido a la extraordinaria interpretación de Franco y la brutal secuencia en la que nuestro héroe deja a Rambo como una nenaza, convierte a “127 horas” en un producto comercial de alta calidad absolutamente recomendable para todos aquellos que, como un servidor, disfrutamos horrores pasándolo mal en el cine.