“Enganchados a la muerte” tiene el convencional arranque de una película de terror juvenil en el que una serie de personajes de escasa profundidad y caracterizables por una palabra (la rarita, la guapa, el sabelotodo, el follarín y la insegura) se terminan jugando la vida por hacer el canelo en lo que, tradicionalmente, la gracia estaría en ver cómo van cayendo uno a uno. Sin embargo, a la hora de coger forma, en lo que, sin duda, es una afortunada coincidencia, la trama les conduce a un interesante escenario de experiencias de visiones y experiencias al borde de la muerte y ofrece a la película la oportunidad de explorar ese mundo lleno de potencial con algún tipo de aventura novedosa.

“Enganchados a la muerte” no ve (o prefiere no ver) esa puerta y termina confirmando sus intenciones iniciales: un thriller de miedo con la única peculiaridad de ser extremadamente light, sin llegar a la categoría de terror, con sustos al nivel de un niño de catorce años. A pesar de unos efectos especiales correctos y unas interpretaciones meritorias, la película adolece de una alarmante falta de picante, de que los jovenzuelos alocados se enfrenten realmente a las consecuencias de sus acciones. En lugar de eso la película discurre con la monotonía de una producción que quiere quedar bien con todo el mundo y termina resultando una experiencia similar a pasarse un videojuego en modo ultrafácil, sin la tensión de la incertidumbre por ser capaz de pasar la siguiente fase, sin la presión de poner a prueba las habilidades, simplemente recorriendo las pantallas necesarias para pasar de una escena de fin de nivel a otro. Indudablemente, habrá gente que agradezca ese enfoque tranquilo y sin sobresaltos… del mismo modo que habrá gente que lamentará no poder subir el nivel de intensidad y se aburrirá de tanto buenismo.