Flojita película con el único aliciente de ser una de las escasas incursiones de Kevin Costner en el mundo del terror que confirma que, efectivamente, nada bueno se le ha perdido en el mundo de los cementerios indios ilegales y los espíritus cabrones. Al menos no en este producto de andar por casa del que, en su favor, hay que decir que intenta dar una vuelta de tuerca al concepto general de la típica familia que se muda al sitio equivocado. De hecho, la idea general no es del todo mala, lo cual supone recorrer mucho camino en un género sobreexplotado en el que no es fácil encontrar entidades malignas que logren sorprender, pero está horriblemente explotada.


Si a eso le sumamos una factura decente, resulta sangrante que se haya desperdiciado tanto potencial en un desarrollo muy poco equilibrado que parece haber recibido instrucciones para incluir todos los sustos y situaciones inquietantes que marcan los cánones creando más y más tensión y más y más expectativas que no cristalizan hasta los últimos instantes del metraje cuando, hastiado de tanto giro a ninguna parte, tantas pistas que no llevan a ninguna parte y tanto sobresalto facilón, al espectador apenas le queda atención para pensar brevemente «ah, pues esto sí era interesante… ¿por qué no le habrán dedicado más tiempo?» antes que la cosa eche el cierre en uno de los peores y más abruptos finales.

Aguantar tanta milongaza para que te dejen con el culo torcido cuando la cosa se ponía interesante no es un ejercicio de manejo del clímax, ni tensión literaria, ni pollas en vinagre. Es una simple broma de tan mal gusto que dan ganas de cascarle un cero. Se salva por el bueno de Costner y porque se aprecian buenas maneras estropeadas por malas decisiones. Recomendaría no verla. Decepciona mucho.