“Megalodon” ha terminado de confirmar lo que ya sospechaba, que no se deben ver películas potencialmente buenas en los aviones. Pantallitas minúsculas, sonido pésimo, ruido por todos lados, el cambio horario, constantes interrupciones, somnolencia… es inevitable verlas con mal humor y terminar considerando un truño lo que no lo es o, como mínimo, bajando dos o tres puntos de valoración. Para más inri, vi “Megalodon” en la madrugada de un vuelo de vuelta desde Sudamérica a España, cuando el jet-lag más ataca, por lo que necesité tres intentos para terminarla y le terminé cascando una nota de cuatro, que la pobre película ha mantenido año y pico. De hecho, los apuntes que tomé por si un día escribía una crítica son del estilo «no la salva ni Statham» o «hasta el mejor maestro echa de vez un cuando un borrón».

Y es que si la vez a trozos con los ojos medio cerrados es posible que te quedes con la sensación de que no pasa de una copia cutre de “Tiburón”, especialmente si la ves en una tablet de 10 pulgadas donde no se aprecian los efectos. Pero tuve suerte y tuve la oportunidad de verla de una sentada hace poco en una pantalla normal y, ay amigo, la cosa cambia. Efectivamente, no hay nada en “Megalodon” que no hayamos visto en otras películas de terror submarino, pero picotea acertadamente cosas de “Tiburón”, de “Abyss” y de “La bestia” como para que la historia sea consistente -ejem, dentro de lo que cabe, claro- y la ejecución vistosa llena de aparatejos con lucecitas que recorren un fondo marino sencillamente espectacular.

Además, el monstruo está a la altura de Statham: un bicho realmente grandioso, tanto en el concepto como en la ejecución, que logra poner en apuros a uno de los maestros actuales de la acción. La trama es algo previsible, pero recorre los giros esperados con bastante dignidad y trabajando los detalles y la continuidad, con un reparto muy decente que se toma en serio su rol de hacer lucir a un Jason Statham que habla más de lo habitual y al que que se nota muy cómodo en el ambiente acuático – de joven competía a nivel profesional en saltos de trampolín -.

Total, que al final se ha llevado un 6.5 que podría haber sido un 7 si se hubiese atrevido a hacer un poco más de carnicería con el bicho o si no me rayara tanto la cabeza con tres o cuatro mensajes simplonamente ecoprogres de cómo nos estamos cargamos la naturaleza y la Pachamama. Pero en todo caso, la película es absolutamente disfrutona, entretenida y trepidante. Eso sí, en pantalla grande.