De vez en cuando se agradece una reconstrucción bien hecha de las peripecias de una madre, padre o hermanos coraje que pelean contra bandas de barrio, despiadadas multinacionales o un sistema judicial lleno de agujeros. Suelen dar visibilidad a hechos no demasiado conocidos que merecen divulgación y, por lo general, tienen algo de edificante, de inspirador, que te recarga la pila moral y sales de la película con ganas de pelear contra la injusticia.

Rara vez decepcionan. A veces confluye un gran presupuesto, un director con las ideas claras y una actriz en racha y te sale una “Erin Brockovich” y a veces te sale un telefilm de sobremesa con protagonistas sacados del retiro de estrellas, pero incluso la más modesta de las producciones de este estilo suele atrapar la atención. “Betty Anne Waters” está por encima de la media, sólo un par de pasos por debajo de la antes mencionada Brockovich y, personalmente, a mi me gustó más. Para empezar, me gusta siempre mucho más el trabajo de Hillary Swank que el de Julia Roberts, quizá con menos carisma y menos intensidad, pero más expresiva, más verosímil y, sobre todo, que pone su trabajo a disposición del producto, no al revés. No todo gira en torno a ella, sino en torno a la historia. Una historia bien contada, recorriendo el camino a un ritmo que el espectador pueda entender las personalidades involucradas y los hechos descritos que, a lo mejor, no tiene el glamour de otras producciones, pero se hace rigurosa, nos creemos lo que nos cuenta y asumimos que las licencias son las necesarias y justificadas.

Al final eso es lo fundamental, el rigor o, cuando menos, la sensación de rigor. Ahí suele estar la diferencia entre el melodrama de Antena 3 y el thriller biográfico. “Betty Anne Waters” asegura casi dos horas de épica y entretenimiento. De indignación social y de renovación de la fe en el sistema, en el esfuerzo y en la perseverancia. Hay peores razones para ver una película.