“F&F 7” estaba llamada a doblar la apuesta, ganar y reventar la banca. El núcleo protagonista habitual se reforzó con el mejor fichaje disponible en el mercado: Jason Statham, un elemento que amortiza una entrada por sí solo. Y además en un papel de villano que tenía pinta de que iba dotar a la entrega de un toque oscuro, de sentimientos más intensos, de llevar el concepto de venganza a otra dimensión desde el momento en que no se anda con bromas y provoca la muerte de algunos personajes recurrentes. O sea, que bromas, las justas. Fiel al compromiso de ofrecer algo novedoso en cada entrega (más allá de unas coreografías más y más perfectas, más y más espectaculares), por primera vez sentimos que la cosa va en serio, a vida o muerte, que no se trata de detener al malo sino de acabar con él antes de que él acabe con todos.

Y entonces sobrevino lo impensable. Paul Walker, Brian O’Conner, falleció en un desgraciado accidente de tráfico y el centro de gravedad de la película pasó del choque de trenes Diesel-Johnson-Statham a analizar cómo la producción iba a resolver las apariciones de Walker. ¿Digitalizando al personaje? ¿Un remontaje para aprovechar el material disponible? ¿Hasta qué punto se disponía de material para montar algo coherente? Parecía claro que el personaje morirá en la película, ¿cómo sería? ¿cuándo? Pues a decir verdad parece que había material de sobra porque no se nota apenas lagunas. Es verdad que, en cierto plano de subconsciencia, sí se percibe (por momentos) una historia más ligera que de costumbre, que avanza a un ritmo excesivamente rápido, como con prisas, probablemente porque hay huecos que no se pudieron rodar.

No tiene demasiado sentido hablar de dirección, de coreografías motorizadas o de efectos especiales, que son los de siempre. “F&F 7” está marcada por la tragedia de Waller y hay que destacar la dignidad y respeto con el que está tratada. El final es antológico. Mítico. De verdad. Es un final que no te esperas en una película de tanta testosterona. Es un homenaje, un reconocimiento, un 'gracias por todo' y, además, un final cojonudo. Resuelven una situación complicada de una forma brillante y conmovedora, al nivel de melodramas de supuesta mayor categoría y pone la saga a un nivel de excelencia que difícilmente podría haber imaginado.