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España España · Madrid
Voto de OsitoF:
3
Drama Un día, a Tom Avery (Martín Sheen), un reputado oftalmólogo viudo, le comunican que su hijo Daniel, con el que nunca ha tenido buenas relaciones, ha muerto en los Pirineos durante un temporal. Tom, desolado, viaja a Francia y, cuando averigua que su hijo estaba haciendo el Camino de Santiago, decide terminar la ruta en su honor. (FILMAFFINITY)
29 de agosto de 2020
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Emilio Estevez dirige a su padre en esta historia ambientada en el Camino de Santiago que demuestra lo atrevida que es la ignorancia, si pensamos mal, o la imprudencia, si pensamos bien. El padre en cuestión es Martin Sheen y no deben confundirnos la diferencia de apellidos ya que estamos ante un típico caso de chaval que quiere triunfar por sí mismo y que nadie hable de posibles influencias familiares, por lo que decidió volver al apellido de sus abuelos. Y es que la familia Sheen tiene raíces gallegas, entendiendo como tal que todas las fuentes, escriben siempre con las mismas palabras que el padre de Martin y abuelo de Emilio «nació en Galicia» lo que suele querer decir que a su abuela - la de Martin, bisabuela de Emilio - le pilló el parto en algún lugar del Noroeste peninsular, dijo «ay carallo», tuvo al crío y emigraron a Michigan, Wisconsin, El Paso o a algún otro sitio de EEUU. Vamos que lo único que estos tienen de gallego es cuando vienen a España a promocionar alguna película como esta “El Camino”.

No creo que una familia con tanta confusión en sus apellidos y en sus raíces puedan hacer una película clara. De hecho, no me cuadra casi nada. Parece hecha por una de esas personas cansinas que ha hecho el Camino de Santiago, ha sentido que les cambiaba la vida y luego se ha visto obligado a dar la brasa a los colegas con sus experiencias y anécdotas jacobeas. Pues en lugar de aburrir a la peña en las sobremesas o con sesiones de revisión de fotos, Emilio Estévez ha hecho su particular homenaje en forma de película. La quiere disfrazar de búsqueda interior de un padre que acaba de perder a su hijo en un accidente, pero su fondo es muy simple: llevar a la pantalla los lugares más típicos del camino francés, claramente aquellos donde Emilio se detuvo a interactuar con lugareños, para recrear la conversación o simplemente presentar las postales más destacadas del sitio. Vamos, que más que una película es un capítulo largo y dramatizado de “Mi cámara y yo”, “Yanquis por el mundo” o “Callejeros Xacobeos”.

El resultado, además de simplón, sólo puede ser coherente para los que no conozcan España y no les rechine que una posadera de Navarra ni tenga nada mejor que decir de su tierra que hablar del hecho diferencial euskaldun. Vamos que Emilio se quedó con lo puramente superficial, con lo que vio o le contaron, y no se tomó la molestia de contrastar nada para tratar de dar una imagen más amplia y objetiva. Parece una tontería inocente hasta que lo comparamos con que yo visito Luisiana, voy a un bar de carretera del Ku Klux Klan, me tratan bien, me invitan a chupitos y hago una película que ensalce la hospitalidad de los tíos de las capuchas blancas. Puedo no estar contando ninguna mentira, lo puedo hacer con la mejor de las intenciones, pero soy un ingenuo o un ignorante por difundir una visión distorsionada de realidades conflictivas. O un prepotente por querer dar lecciones de América a los americanos.

Luego se recrea en cruceros, iglesias, monasterios y plazas, con ese deleite superlativo del que es la primera vez que algo de historia en su vida, lo que le hace parecer un poco cateto, pero esto ya lo puedo entender más, porque en España estamos acostumbrados a ver Historia allá por donde vayamos y casi ni le damos importancia… pero un americano puede ver en la ermita de cualquier pueblucho cosas más antiguas que su propio país.

Como guía de viajes, le falta profundidad y los españoles le vemos las costuras en seguida. Como película se hace pesada y artificiosa. Quizá los que hayan hecho el Camino de Santiago y consideren que fue una experiencia reveladora, de las que cambian la perspectiva vital de la gente puedan empatizar con ella. No sé. Yo hice 110 kilómetros y me lo pasé muy bien, en plan desafío, dormir en albergues, recorrer estrechos senderos en montes perdidos y pasar por pueblos poco conocidos pero llenos de encanto e historia. Pero no sentí ninguna presencia ni ninguna revelación ni nada que me invite a pensar que si en lugar de 100 km en tres días hubiese hecho 700 en dos semanas, algo en mí sería diferente ahora. Más cansancio y mayor autosatisfacción, pero poco más. No necesito ninguna película que me caliente la cabeza. Ni que me den lecciones de lo que es España.
OsitoF
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