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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
4
Comedia Richard Nixon recibió a Elvis Presley en el Despacho Oval de la Casa Blanca el 21 de diciembre de 1970. ¿El motivo? Al parecer, a Elvis se le metió en la cabeza que quería tener una placa de agente federal para poder luchar contra la drogadicción en su país, y los asesores de Nixon pensaron que no había problema en conceder tal deseo, a cambio de unas fotografías que podrían mejorar la imagen pública del presidente, a quien el Rey del ... [+]
27 de abril de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Incluso los más rendidos admiradores del artista sabemos que Elvis era un patán sureño, de escasas luces y nula cultura, ególatra y caprichoso, colgado de la figura paterna representada por el Coronel Parker, un sinvergüenza que ni era coronel ni sabía de música, pero sí tuvo olfato para intuir que le había tocado el gordo cuando conoció a Presley (y no hago un juego de palabras).
La anécdota que narra la película es conocida: los Beatles arrasaban en todo el mundo y Elvis había quedado relegado a un lugar secundario en el mundo musical. Aprovechando una gira del cuarteto de Liverpool por Estados Unidos, Elvis les invitó a su mansión de Graceland. Los chicos, para quieres Elvis era un ídolo, aceptaron muy contentos, sin sospechar que el gañán de Tupelo tenía otros planes. Un día, Elvis se presentó de sopetón en la Casa Blanca con la intención de denunciarles ante Nixon por comunistas y mala influencia para la juventud. De paso, solicitó y, al parecer, obtuvo una placa honorífica de la DEA.
Elvis & Nixon, tedioso telefilm de sobremesa, plasma esta anécdota con escaso ingenio y prestaciones más teatrales que cinematográficas. No creo que Michael Shannon, actor de extrañas facciones, que se halla más a gusto, en personajes atormentados y problemáticos, fuera el actor ideal para encarnar a Presley, que queda como un zopenco insufrible, proclive al karate y al manejo de las armas (todo lo cual era cierto). Frente a él, Kevin Spacey, en el papel de Tricky Dicky, reproduce con fidelidad la gestualidad y la voz de Nixon, pero no parece demasiado cómodo, como si se oliera que el guión no era el mejor que habría podido caerle en las manos. Misericordiosamente breve, la película revela su pobreza presupuestaria en el hecho de que no suena ni siquiera una canción de Presley, sino una anodina banda sonora de Ed Shearmur que no aporta nada a la representación.
Sólo para amantes de Presley y de (presuntos) grandes duelos actorales.
Eduardo
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