Dentro del desdichado panorama del cine norteamericano actual (tiemblo sólo de pensar en el desaguisado que habrá perpetrado el mameluco de Baz Luhrmann con El gran Gatsby; imagino que los huesos de F. Scott Fitzgerald se estarán agitando en su coctelera), El fraude es una película correcta, dirgida sin aspavientos ni cámaras víctima del baile de San Vito, y que en ningún momento pretende tomar el pelo al espectador. Se trata de una ópera prima tratada con mimo, que se beneficia de un trío actoral sobresaliente: Richard Gere, en su punto de madurez perfecto, más apuesto y seguro de sus recursos que nunca; Susan Sarandon, reincidiendo en su papel de señora-mayor-todavía-de-buen-ver; y Tim Roth, al que hacía tiempo que no disfrutábamos, componiendo la figura de un detective de policía que recuerda sospechosamente a Colombo. La trama gira en torno a eso que llaman un tiburón de las finanzas (o sea, un hijoputa de mucho cuidado), metido en un buen berenjenal económico, que sufre un accidente de coche en el que muere su amante (desaprovechada Laetitia Casta). A partir de ahí, un detective de policía que siente especial inquina por los desaprensivos de su especie, intentará por todos los medios ponerle las esposas, pero... El final, aunque positivo para el tiburón, le cuesta un elevado precio, tanto moral como económico, aunque no creemos ni por un momento que su comportamiento vaya a cambiar un ápice.
Un entretenimiento honesto y bien trabajado, en suma.