Haz click aquí para copiar la URL
España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Western. Drama. Comedia. Musical Antología de seis capítulos, cada uno enfocado desde una perspectiva distinta con respecto a la frontera norteamericana y a los peculiares personajes que habitan en sus alrededores. Cada parte cuenta una historia distinta basada en las convenciones del Lejano Oeste de los Estados Unidos. (FILMAFFINITY)
20 de noviembre de 2018
44 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como si la hubiéramos encontrado casualmente, reposando el polvo de la biblioteca.
Así se abre esta antología de historias, de alguna manera dejando así patente su antigüedad a la vez que su cualidad inmortal, junto a la sensación de que nada de lo relatado en ella fue lo que se dice importante de verdad.
Tan solo otra colección de personas tratando de prosperar en el entorno más hostil de todos, que si cobran vida una vez más es porque nos hemos acordado de leer sobre ellas.

‘La Balada de Buster Scruggs’ (y Otros Relatos de la Frontera Americana) predispone así desde el comienzo a cierta simpatía descuidada, ni que sea porque ha decidido instalarse en ese lugar de nuestra imaginación donde carecemos de expectativa ninguna; se narra el cuento, y nosotros escuchamos.
Así lo hace de hecho el propio Buster Scruggs nada más empezar, y que vaya primero su relato tiene la virtud de presentarnos una cara insólita del Oeste más peligroso: había sabandijas, criminales y auténticos cabrones en cada hediondo saloon, pero una mala vida no tiene por qué marcar una mala actitud.
Buster cabalga a lo largo del Monument Valley armonizando con su guitarra una canción que le aleja todas las penas, y su único deseo es toparse con un buen sitio para tomarse algo o echar una buena partida de cartas, a poder ser en buena compañía, pero no paran de salirle al paso bárbaros y jaraneros, que afortunadamente no están a la altura de su educación o estilo, tampoco de su habilidad desenfundando el primero.
Por suerte, en la vida del sonriente pistolero todavía caben las sorpresas, y aunque en el polvoriento desierto parezca que solo se pueden dedicar jocosos coros al Hosco Joe de la taberna, también se pueden entonar baladas sentidas sobre cómo, pocas veces en esta vida, no hay más paz que aceptar las cosas como son, mientras se acompaña el paisaje con una canción.

Dejando a un lado el terreno de ese blanco personaje cual dibujo animado que querría alterar el cuadriculado Oeste, los relatos a los que abre paso gozan de menos ingenio, pero no por ello tienen menos poso: forajidos desastrosos, buscadores enajenados y mujeres a la deriva cruzan sus caminos en este marco, inconscientemente mostrando que si no es un tiro o el hachazo de un indio, bien te pueden matar el hambre o juntarte con la persona equivocada.
Una de las narraciones más curiosas tiene a un hombre sin extremidades llamado Harrison, convenientemente mercadeado gracias a su oratoria por un “empresario” ambulante (bienvenido, Liam Neeson), la cual transcurre casi en completo silencio a excepción de las encendidas declamaciones de Percy Shelley o Abraham Lincoln que el tullido obsequia de pueblo en pueblo, mientras el ruido de monedas por la voluntad va decreciendo a medida que lo hace el público. Gélido retrato de cómo los espectáculos más rimbombantes van mudando de atractivo, y en tierras de gentes silenciosas puede ser hasta peligroso depender de tu labia, aunque al venir al mundo no te dieran nada más.
También es curioso contraponer las historias del forajido chapucero y el prospector obsesionado con su veta de oro, donde tal vez se puede ver una lectura particularmente cínica de la gente a tu alrededor, que enseguida te dispara por la espalda si se ve en la oportunidad, y se preocupa bien poco de que tus ambiciones fueran tan humildes como para no estar realmente compitiendo con nadie, solo contigo mismo. Ambas, de hecho, son certeras en mostrar que toda empresa chiflada en el Oeste dura apenas un segundo, y después la naturaleza sigue el curso que apenas puede nadie desviar de lo acostumbrado.

Más opresivas y desesperadas acaban siendo las dos últimas historias, puede que por rebatir la ligereza anterior, donde una señorita pasa por diferentes responsabilidades sin nunca ejercer la suya propia, y una diligencia con incierto destino es sala de debate para “filósofos” de incierto pelaje.
En el primer caso, se nota la tristeza perpetua, ya asimilada, de una mujer obligada a ser moneda de cambio por negocios o deseos, siempre callada asumiendo su lugar, yendo a ninguna parte sobre todo si no es en brazos de un hombre, e incapaz de tomar la decisión más apurada porque otros la han tomado siempre en su lugar. En los confinados límites de ese yermo estado, por lo menos, resulta un consuelo que le florezca la oportunidad de tomar las riendas, por una vez, aunque sin ser lo que deseaba exactamente: la balada de Buster también va para Alice Longabaugh, por haber tomado su libertad cuando no le convenía (qué iba a saber ella).
La segunda sin embargo tiene los mimbres de un chiste malo, con un francés, un inglés, un irlandés, una cristiana devota y un humilde trampero discutiendo en espacio pequeño sobre si las gentes de Dios tienen un molde predeterminado o varios, por tantos caprichos que cargan y tantos pecados que se callan. Mientras, “escuche o no, el cochero no se detiene”… sencilla se ve la metáfora de llegar a un destino final, donde da igual lo que uno crea, porque lo que nos asemeja es que nunca nos sentimos preparados para llegar.

Cerrado el libro, no sería capaz de mandarlo de vuelta a la estantería, en un género concreto.
Caben varios aquí, casi tantos como diferentes vivencias que en el Oeste había. Se hace grato haber pasado por todas ellas, y nunca quedarse demasiado tiempo en ninguna.
Al final, Buster tenía razón: su balada alegra el ánimo, y nunca está de más navegar las aguas profundas con cierto optimismo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow