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España España · Madrid
Voto de Charles:
5
Terror Dos parejas de jóvenes se pierden durante la noche y van a dar a una oscura casa habitada por una familia de psicópatas. Asesinatos, canibalismo y ritos satánicos son algunos de los mil horrores que allí les esperan. (FILMAFFINITY)
13 de agosto de 2016
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‘La Casa de los 1.000 Cadáveres’, según Rob Zombie, tiene más de experimento, de “sentimiento”, que de película propiamente dicha.
Así lo anuncia su desquiciado prólogo, una recopilación de imaginerías terroríficas al borde de lo marginal, como los cutres especiales televisivos y los restaurantes temáticos olvidados, y sus créditos lisérgicos que evocan texturas de cámara casi documentales, queriendo decir que los horrores contemplados son más reales de lo que nos gustaría.
Aunque juega con estas influencias, nunca hay particular interés en “contar una historia” sino en “sentir la historia”, o poblarla de los suficientes elementos para que nos parezca que la experiencia de por sí merecerá la pena.

Esto puede ser un suplicio para el espectador que desee ver algo convencional, pero no deja de ser una interesante curiosidad para cualquier otro, porque da la sensación de que nadie se ha parado a explorar este lado de la carretera: las leyendas urbanas de caníbales, psicópatas y sectas que pueblan la Norteamérica profunda, parece que ocultos entre los páramos desérticos y el olvido de una época que los ha superado, pero terroríficos una vez que son desempolvados.
El Capitán Spaulding, un sarcástico payaso propietario de un restaurante temático, es a la vez guía y parte de ese mundillo: tal como él recibe a jóvenes impresionables en su museo de lo anacrónico nos ha recibido la película en su celebración del terror chacabano, y el humor ácido es la nota común de unos habitantes de las sombras que no se toman tan en serio como deberían. Por eso han sobrevivido a las leyendas que hablan de ellos.

El clan de psicópatas que habita ese desierto carece de reglas o lógicas, solo viven por y para la diversión de la sangre y la muerte, y lo disfrutan abiertamente, desterrando quizás infancias desdichadas o justificaciones pobres: no, estos psicópatas son unos cabrones que se han ganado a pulso que ya nadie transite sus territorios, por temor a quién sabe qué.
La noche que una de las autoestopistas pasa en manos del clan es más un tren de la bruja que un típico clímax de historia terrorífica: todo pasa por moverse incansablemente de una a otra pesadilla, desde engendros trepanadores de sesos hasta mugrientos habitantes de las cavernas, hasta que el metraje de textura documental se confunde con la ficción, y se queda en el inquietante punto medio. Metáfora perfecta del lugar que ocupa esta mitología de psicópatas de carretera en los miedos colectivos.

Pasada la noche, llega la resaca de la mañana, y uno no sabe si la pesadilla ha sido tan real como parecía.
Pero el Capitán Spaulding sigue allí, la conexión entre la verdad y lo sobrenatural, el guía que con sonrisa sardónica nos recuerda el lugar que no hay que volver a pisar.
No deberíamos temer a este clan, porque ya solo son cuentos caducos de barraca de feria… pero alguien tuvo que conocerles para hacerles leyenda, y las leyendas lo son por algo.
Charles
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