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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Comedia A Rainbow Rudolph (Williams), un cómico para niños, lo despiden de su programa de televisión por su creciente alcoholismo y por aceptar sobornos de los padres para incluir a sus hijos en el programa. Lo sustituye Smoochy, un rinoceronte rojo interpretado por Sheldon Mopes (Norton). Rudolph, llevado por el resentimiento, planea la muerte de su aburrido sustituto para recuperar su puesto. Mientras, Smoochy alcanza una gran popularidad entre los niños. (FILMAFFINITY) [+]
15 de septiembre de 2015
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Por qué esos horribles programas infantiles?
¿Por qué tener que soportar a adultos hechos y derechos haciendo el imbécil entre niños con trajes coloridos y aberrantes canciones?
¿Qué mueve a una industria entera a tener su propio espacio de atontamiento de los pequeños, donde claramente la integridad y el ridículo son antagonistas absolutos?

El dinero, el dinero a espuertas. Y de dinero, pero quizás más del ridículo o la fama que vienen aparejados a él, se habla en 'Smoochy'.
Un presentador que de puro colorista huele rancio, Rainbow Rudolph, encuentra el fin cuando le pillan intercambiando dinero por protagonismo en su programa, una pesadilla pastel de decorados cartón piedra con canciones y coreografías horrendas. Y es entonces cuando se produce el ascenso del único e inimitable Smoochy.

Sheldon es un trozo de pan ajeno a la industria más despiadada. Lo que otros tendrían de vicio bajo el disfraz, él lo tiene de bueno, porque cree firmemente que ser Smoochy significa algo.
Significa, quizás, poder traer un poquito de esperanza y consuelo a quienes no lo tienen, y ser el depositario de sueños de otros, hasta el punto de pensar que el mundo es de color rosa y los perritos calientes pueden ser siempre sanos. Nora, la productora del programa, inmediatamente ve el talento a moldear y no se molesta ni en preguntarse si debería estar en el programa, solo tiene que estar.

Porque bajo la apariencia de comedia enloquecida y persecución de casi dibujos animados, subyace un verdadero fondo de mierdas empresariales y sociales, con la imaginación infantil como (casi infinito) sustento.
No hay nada más fértil que la imaginación de un niño, y no hay nada como verse reflejado como un héroe en la mirada de ese niño. Como Rudolph en el ocaso de su fama, que cree ver a un ángel en los ojos de una niña que se le acerca, todos buscan ese ángel constantemente, menos Smoochy, y eso genera enemigos, los que piensan que debería estar exprimiendo ese ángel a la mínima oportunidad.

Así que pronto la lucha es el mundo, ese mundo de hombres en la sombra a resguardo de sus influencias y su dinero, contra Smoochy, que por primera vez quiere dar algo a su público, en una industria en la que dar algo es casi una ofensa, sumándose Rainbow Rudolph y sus ganas de volver a esa fama efímera.
Quizá la mejor representación de esa lucha sea el espectáculo sobre hielo de Smoochy: una ópera caricaturesca, enfermiza, pero que desarma por su sinceridad y gravedad. Es imposible no simpatizar con un rinoceronte rosa, aún tras toda la capa de cinismo adulto que todos tenemos para ese tipo de tonterías.

Y lo que empieza siendo una sátira casi acaba siendo una mirada nostálgica, cargada con un poquito de veneno, al entretenimiento familiar televisivo.
Porque vaya, la sonrisa de un niño está bien, pero ver a dos adultos haciendo el imbécil siendo tan conscientes de serlo como Robin Williams y Edward Norton también ejercita mi sonrisa de adulto.
Charles
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