Dan ganas de decirle a Jordan que casi no se le ve el pelo, una broma más que no tiene que ver con su peinado, sino por el hecho evidente que por decisión (o por obligación) de Ben Affleck y quienes le rodean no aparece en toda la película salvo su silueta y de forma muy puntual. Quien llevaba los pantalones era la madre, cosa que queda clara ya incluso antes de ninguna reunión, antes de negociar, antes de que sea una estrella de la NBA y antes de considerarse uno de los mejores deportistas de la historia más allá de sus fronteras y del basketball. En todo caso, no debió ser fácil plantear hacer una película así, porque antes de empezar había que tener en cuenta muchos factores y muchos intereses de personas que, evidentemente, hoy siguen vivas. Jordan es un icono pero también es persona. De tanto en tanto sigue apareciendo Scottie Pippen rajando de él... Y no es el único...

Vamos al cine, que es lo que interesa, y de esto Affleck sabe algo, no pasa nada por afirmarlo, de manera que de una idea que podría interesar bien poco extrae el máximo posible. De la historia de Nike conocemos el final, sabemos que Jordan se convirtió en abanderado de la marca. Pero desconocemos cómo fue, no sabemos los detalles y a la mayoría de mortales nos falta una información que Affleck utiliza de forma excelente. Otra cosa son los juicios de valor, la manera de exprimir del sistema capitalista, el consumismo, saber que de cada zapatilla Air que cualquier chaval compra un porcentaje se va a los bolsillos de Jordan, gracias a su madre, y pensar en la explotación de las corporaciones y la locura del sistema. Pero la peli es más que aceptable, el colega Damon lo clava y por momentos hasta te olvidas que es del siglo XXI... Si es que la banda sonora de los ochenta empuja y empuja...