Viven en otro planeta. Los orientales son capaces de superar con su cine la marca de patadas voladoras por minuto o como en este caso, hacer una película pronunciando el mínimo número de palabras. Con esta cinta coreana han metido un buen gol al público generalista occidental. Siempre con el mismo paisaje, espectacular, eso desde luego, y cambiante como las estaciones mediterráneas (algo sorprendente), consigue atraer y fascinar a ese espectador occidental aburrido de ver siempre lo mismo y que por fin lo que ve es nuevo y diferente, extraño y raro: podría decirse que original. A mí no me la cuelan, esto es un pimiento.

Para mí se trata realmente de una historia boba de la vida moralista de unos budistas, pero sobre todo muy lenta y aburrida. Me cansa tanto enseñar sugiriendo, tanta poesia visual, tanta espiritualidad concentrada en los ambientes, todo eso de la vida después de la muerte en la naturaleza está bien como libro de autoayuda, nada más.
Darle buena nota por los paisajes y por los ejercicios plásticos del colega al final es exagerar y no ser justo.