No creo que con Death Proof se quisiera ganar un lugar en la historia del cine, pero a través de este tipo de películas es cuando me doy cuenta de lo que puede ser que haciendo cine alguien se lo pase bien. No tengo ninguna duda que Tarantino aquí se lo ha pasado en grande y ha hecho lo que ha querido como ha querido.

A mí me gusta; sus intrascendentes diálogos me divierten, sus homenajes porque sí me gustan, la música sacada de quién sabe dónde me gusta, las tías provocadoras con reacciones absurdas me gustan, aquí Kurt Russell me gusta (jamás, nunca en otra película, pero aquí sí), me gusta que no tenga sentido la segunda parte, me encanta que la primera tampoco sea para tanto y hasta me gusta que la trivialidad sea el anfitrión desde el primer minuto... Y es que resulta que Tarantino me gusta. Lo veo aparecer de camarero imposible detrás de la barra de ese bar y se me escapa la sonrisa. Es un gamberro y, no siempre, esa es la verdad, suele hacer gamberradas.

Death Proof es un claro ejemplo de producto hecho para sus seguidores y como tal, me considero muy bien servido.