Si no fuera por Juliette Lewis, su belleza, carisma y fascinante personaje de veinteañera que apasiona a los hombres maduros... sería un auténtico bodriazo insufrible.

Sydney Pollack, el estupendo director borda a su personaje, y todos están muy bien en lo suyo pero son tan poco interesantes, tan prisioneros de neurosis infantiloides en un contexto de realización espasmódica con aires de Nouvelle Vague que me parecen auténticos idiotas sin corazón subsumidos en el egocentrismo malicioso característico de una clase media seudointetelectual omnipresente.

Lo que en otras comedias de Allen tiene cierta gracia, aquí forma parte de un pastel indigesto y monocorde, excepto cuando aparece Juliette Lewis, porque ella interpreta prodigiosamente el único personaje vivo, en conflicto con la estupidez reinante, mezcla fascinante de inocencia y erotismo que subyuga.