Qué bien lleva la trama y los personajes y los diálogos el gran Truffaut, que pasa el tiempo y mientras la novela de Bradbury se queda coja, por obvia y mensajista en exceso, la película gana con el tiempo.

Claro que la pareja Christie-Werner no puede ser más extraordinaria; tienen una calidez y una sensualidad tan Truffaut que flota en el ambiente su encantadora manera de expresar la sexualidad evitando el menor gesto explícito, aunque todo esté cargado de ella, en infinidad de contactos sólo sospechados. Julie Christie (India, 1941) era por entonces divina musa, símbolo de fascinación, atracción exquisita de un mundo misterioso en el que aparecían por primera vez en el cine industrial la unión de la avidez sexual y la inocencia, a partir de Doctor Zhivago; Truffaut vio en ella la perfecta encarnación de este personaje y poco después tomaría vuelo con Lejos del mundanal ruido y El mensajero, dos obras de sorprendente calidad.

En cuanto al alemán Oskar Werner (1922-1984), ya había participado nada menos que en Jules et Jim, expresando con gran naturalidad un aire adolescente, perplejo y vitalista del que nunca se separaría.

Este Fahrenheit es un viaje fascinante en el que su ambición de ciencia-ficción se convierte en testimonio cuasi realista de mil y un atentados en busca y captura del libro y su lector como armas implacables contra las tiranías: a derecha e izquierda, ayer, hoy y mañana, en demasiados países ambos son perseguidos con saña.

Un viaje fascinante del horror cotidiano hacia un final imposible de olvidar.