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España España · Madrid
Voto de horacio:
2
Drama. Romance Cuando el escritor Mateo Blanco (Lluís Homar) viajaba con Lena (Penélope Cruz), la mujer de su vida, sufrió un accidente de coche que lo dejó ciego. Harry Caine es el pseudónimo con el que firma sus trabajos literarios. Como director de cine usa, en cambio, su nombre real. Harry Caine vive de los guiones que escribe gracias a la ayuda de Judit García (Portillo), su antigua y fiel directora de producción, y de Diego (Tamar Novas), el ... [+]
30 de mayo de 2010
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para quien llegue al final: un premio muy gordo, inesperado, glorioso: un punto de sensibilidad y de creatividad ausente durante el largo metraje donde todo es un quiero y no puedo, un ejercicio de estilo a la manera de Douglas Sirk, por mencionar a un grande del melodrama de los 50-60, pero sin el brío, el talento, la verdad de aquel alemán (1897, Alemania-1987, Suiza) que dirigió admirables melodramas con su punto artificial propio de la estética burguesa de la época, de las pasiones reprimidas, del se mira y no se toca de la censura americana y que, sin embargo logró emocionar e incluso conmocionar, algo que esta vez Almodovar no consigue; esta vez el gran creador de auténticos melodramas como Átame, Todo sobre mi madre y Hable con ella, para mí sus tres mejores obras, sin despreciar sus interesantes melodramas eminentemente homosexuales como La ley del deseo y La mala educación, se lía de un modo vergonzante con personajes de cartón piedra que ni la peor telenovela sería capaz de desarrollar de este modo.

Es todo tan pobre, tan malamente rebuscado, tan inverosímil y aburrido que de su excelso reparto apenas se salva Penélope Cruz, con un personaje carente de interés por lo exageradamente convencional, y una admirable Lola Dueñas que, igual que en Volver, con pocos minutos es capaz de producir asombrosas secuencias.

Por lo demás, todo es banal con pretenciones. La auténtica protagonista es Blanca Portillo y no interesa ni personaje ni interpretación; el personaje no atrae por lo monótono y previsible y la interpretación resulta muy obvia e irritable, y para colmo alcanza el paroxismo del ridículo en el tramo final: ese clásico de copa en mano en que se apoya un personaje para producir una confesión que acaba siendo realmente estúpida. Impresentable en un buen guión. Ridículo que provoca risa vergonzante porque se supone que justifica el drama interior de la película.

Ahora sí, la ambientación y la fotografía son muy buenas y lo mejor: la música del maestro Alberto Iglesias, que acaba coronándose de gloria en los créditos con una maravillosa versión de A ciegas, de Quintero, León y Quiroga. Canta Miguel Poveda en otra de sus creaciones de excepcional calidad. Si no podéis aguantar el bodrio, acelerad la película y "escuchad" los créditos finales, ni un minuto antes. Esto es lo que hay, esto es lo que he sufrido y disfrutado de Los abrazos rotos.
horacio
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