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Voto de Baxter:
8
7,4
62.031
Drama
En una ciudad costera del norte de España, a la que el desarrollo industrial ha hecho crecer desaforadamente, Santa (Bardem) y otros afectados por la reconversión recorren cada día las calles, buscando salidas a su situación precaria. Son funambulistas de fin de mes, sin red y sin público, sin aplausos al final; viven en la cuerda floja del trabajo precario y sobreviven gracias a sus pequeñas alegrías y rutinas. (FILMAFFINITY)
28 de enero de 2008
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los lunes al sol se llevó la concha de plata del Festival de San Sebastián 2002 al contar con el respaldo unánime del sesudo jurado encabezado por Wim Wenders. En muy raras ocasiones sucede algo así en los principales certámenes cinematográficos. Y es que León de Aranoa ha firmado un film inteligente, sensible, desolador, real como si el director hubiera arrancado un pedazo de existencia, quizás de las más duras, para ofrecernos todo un registro de experiencias personales, sin imposturas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Los lunes al sol es una película intimista, corrosiva en sus planteamientos, que habla de sensaciones humanas en momentos de agonía, de personas que ya no pueden entretenerse viendo la televisión sino con el contacto con aquellos que están en su misma situación, allá en donde siempre los han encontrado, en el bar del barrio, en la calle, en el mismo banco de la plaza, o en el ruinoso astillero al que dedicaron varios años de sus vidas, porque su situación es la de parados y su consuelo sólo puede pasar por una espontánea terapia de grupo y unos cuantos tragos de aguardiente.
Fernando León de Aranoa juega con la comedia y el drama y los mezcla en un cóctel en donde se juntan escenas magistrales de alto nivel humorístico —toda la escena de Santa (Javier Bardem) en su papel de niñera ocasional— con otras en donde el drama existencial y sentimental lleva a los personajes a tomar crueles decisiones desde su desesperanza más absoluta; desde su soledad, su miseria y su derrota. La armonía que consigue el director con esta tragicomedia es perfecta, hilvanando casi sin notarse la acción y los silencios, los diálogos y los en ocasiones desoladores primeros planos, desplazando conscientemente el hilo argumental hacia diferentes regiones emocionales mucho más impactantes, trasladando al espectador —casi sin sugerirlo explícitamente— los deseos, los sueños y las obsesiones de los personajes. Al director le resulta innecesario explicar o argumentar los sentimientos y las angustias de las esposas de algunos de estos parados irremediables —signifiquemos la excelente interpretación de Nieves de Medina, con esos ojos tristes, casi siempre a punto de llorar, su semblante desesperanzado, su ímpetu en tomar una decisión rota por el cariño y la pena, pero que tarde o temprano deberá tomar por su propia salud física y mental, aunque eso no lo veamos— ni tampoco necesita detallar los pensamientos del excelente actor Celso Bugallo cuando antes de la entrevista de trabajo comienza a excretar un sudor teñido de negro —nostálgico recuerdo al dramático final de Muerte en Venecia: la misma desesperación de los protagonistas, aunque por muy distintas causas. Fernando León no recurre en tan dramáticas circunstancias al facilón discurso reivindicativo: deja que las imágenes fluyan por la sala e impacten en el corazón del espectador como saetas mudas cargadas de sugerencias; en suma, trabaja con los gestos y miradas de los actores y los hace cómplices de su tesis, transmitiendo en su globalidad los infinitos claroscuros de la vida.
Fernando León de Aranoa juega con la comedia y el drama y los mezcla en un cóctel en donde se juntan escenas magistrales de alto nivel humorístico —toda la escena de Santa (Javier Bardem) en su papel de niñera ocasional— con otras en donde el drama existencial y sentimental lleva a los personajes a tomar crueles decisiones desde su desesperanza más absoluta; desde su soledad, su miseria y su derrota. La armonía que consigue el director con esta tragicomedia es perfecta, hilvanando casi sin notarse la acción y los silencios, los diálogos y los en ocasiones desoladores primeros planos, desplazando conscientemente el hilo argumental hacia diferentes regiones emocionales mucho más impactantes, trasladando al espectador —casi sin sugerirlo explícitamente— los deseos, los sueños y las obsesiones de los personajes. Al director le resulta innecesario explicar o argumentar los sentimientos y las angustias de las esposas de algunos de estos parados irremediables —signifiquemos la excelente interpretación de Nieves de Medina, con esos ojos tristes, casi siempre a punto de llorar, su semblante desesperanzado, su ímpetu en tomar una decisión rota por el cariño y la pena, pero que tarde o temprano deberá tomar por su propia salud física y mental, aunque eso no lo veamos— ni tampoco necesita detallar los pensamientos del excelente actor Celso Bugallo cuando antes de la entrevista de trabajo comienza a excretar un sudor teñido de negro —nostálgico recuerdo al dramático final de Muerte en Venecia: la misma desesperación de los protagonistas, aunque por muy distintas causas. Fernando León no recurre en tan dramáticas circunstancias al facilón discurso reivindicativo: deja que las imágenes fluyan por la sala e impacten en el corazón del espectador como saetas mudas cargadas de sugerencias; en suma, trabaja con los gestos y miradas de los actores y los hace cómplices de su tesis, transmitiendo en su globalidad los infinitos claroscuros de la vida.