Tras ver este desconcertante psicodrama con chistes de puertas, decidido a hacer un intrincado y minucioso análisis de sus virtudes y defectos, abro spotify dispuesto a dar con la música más apropiada para esta ardua tarea que sustituye a una ronda de chupitos en el bar de Milagritos.

Y, ¡oh!, los pelmazos de Spoti me recomiendan listas disparatadas que van desde "baila reggaeton!!" a "Hipster House Party". Pues muy bien, me pongo "de after", que seguramente es como se escribió este guión. De after hasta arriba de sustancias y escuchando minimal. MINIMAL. GYLLENHAAL.

Con la machacona melodía que golpea mi cerebro cabría esperar que esta reseña fuere repetitiva y delirante, como encontrarte con tu réplica viendo una comedieta de tres al cuarto que te recomienda tu compañero de trabajo el cuñao. Algo que le puede pasar a cualquiera pero que es casi tan infrecuente como que una película te despierte el interés por la novela en que se basa porque hay un halo autoril en cada segundo de metraje, palabra que me subraya el editor de texto web de chrome, mostrando su ignorancia y también su humildad al subrayar su propio nombre también. Esos extraños pestañeos de la cámara al ritmo de la música, ese "eyes wide shut" bocabajo, esa neblina eterna nos dicen hola qué pasa quieres colarte en el edificio pero llegas un segundo tarde, tontolaba. Y te quedas ahí como un tonto, pero por suerte no hay nadie que se ría de ti o que se siente en un banco a tu lado y te llame profe al oído mientras estrellas tu coche pisando una araña con un anillo en la mano.