No siempre las películas de ciencia ficción de bajo presupuesto y escasa repercusión en taquilla y publicidad son malas, pero en este caso sí.
Esta es la historia de dos chicos y una chica que viajan en coche por largas carreteras americanas. Por el camino les piratean su portátil, y en vez de pasar del tema como haría todo el mundo, se van en busca del “hacker”, metiéndose en una historia paranoica que no tiene ni pies ni cabeza y que termina siendo una de esas películas tan absurdas y extravagantes que es más mala que un dolor de muelas.
Comienza como una “road movie” independiente, se transforma en una mezcla de terror y ciencia ficción con momentos de cámara en mano. En este tramo central sí que parece que va a ser interesante. Hay algo de intriga por saber lo que ha pasado, en ese centro de contención científico con Laurence Fishburne embutido en escafandra. Se plantean misterios que no se sabe cómo van a terminar. Lo malo es que al final, todo acaba en un desbarajuste extraño, con personajes medio locos (aparece la vidente de “Insidious”, que está hasta en la sopa), y un batiburrillo de poderes, extraterrestres y conspiraciones que ni Mulder y Scully serían capaces de deslavazar.
Toda esta parte está además adornada con una banda sonora espantosa, una fotografía que no sabe enfocar bien y unas ínfulas de cine independiente que se cree trascendente pero en realidad nos está vendiendo humo y secuencias estúpidas.
Al final, intentan explicar los misterios, pero lo hacen de una forma burda y brusca, aparte de que se dejan algunas cosas en el tintero sin explicar.
La película es un completo desastre que no hay por donde coger. Y lo peor es que podría haber estado bien si el tramo final hubiera seguido el estilo de la parte central. Pero no, se les tiene que ir la olla con mil tonterías, incoherencias y un estilo que tira a David Lynch drogado.