Esta frase hecha, que resumiría el problema de los protagonistas con sus respectivas parejas, define también lo que me ocurrió a mí con esta película: ni me estaba enganchando, ni me decidía a dejar de verla.

El guión podría estar bien, tiene puntos interesantes, pero... no acaba de cuajar.

Quizá el mayor problema sea que lo que se cuenta y como se cuenta parecen no casar, demasiada frialdad para hablar del drama de dos parejas condenadas a seguir juntas a pesar de no entenderse en absoluto.

El reparto es sumamente desigual, y al peor intérprete le corresponde el papel con un mayor peso dramático en el tramo final porque, seamos sinceros, Jorge Sanz siempre ha sido un actor muy limitado al que no se le puede pedir que se salga de su registro.

Darío Grandinetti cumple a muy duras penas, de manera que no sabes si es que al personaje su mujer ya no le importa lo más mínimo, o si es que el actor es incapaz de transmitir sentimiento.

También los aspectos técnicos le ponen la zancadilla a la película, como con ese doblaje chapucero (no me refiero a la interpretación sino a un sonido muy artificial) de la escena en la que el personaje de María Barranco sale del baño en la piscina.

En definitiva, un intento interesante de drama cotidiano que se queda en eso, en intento.