Prácticamente lo que estamos viendo es un mismo escenario estático con tres cuadros distintos, uno por cada personaje moribundo. Pero en ninguno de los tres casos hay diferencias de fondo. Ni tampoco en su desarrollo hay en ellos planteamiento, nudo y desenlace, sino solamente el común planteamiento de la desgracia que significa la muerte.

La acción, por consiguiente no avanza, y la obra se hace tediosa. Los diálogos a veces parecen sentencias filosóficas. Los actores se han contagiado y algunos no dan signos de vitalidad. Christopher Plummer se ríe de una manera artificiosa cuando se lo indica el director. La actuación de la mujer de Paul Newman, Joanne Woodward, resulta un tanto ridícula.