Un puñetazo en el estómago duele menos que esta película. Dura y rabiosamente real, "El regreso de Ben", bajo un aparente tufo a dramón navideño de después de comer por culpa de su título, del protagonismo de una Julia Roberts que ya no es garantía de nada y de una repercusión casi inexistente, se sitúa en un espacio poco transitado dentro del mundo de las drogas: el después de.

Todos hemos visto historias que tratan sobre los primeros flirteos con dichas sustancias y cómo terminan destruyendo a familias enteras y, por supuesto, al adicto en cuestión; aquí, en cambio, conocemos a un joven del que no sabemos nada, más allá de que vuelve del centro de desintoxicación para pasar el día de Navidad con su familia y que, esta, lo recibe con cautela por todo lo que habrán vivido y sufrido. Tras este inicio, sin preámbulos pero poco prometedor, "El regreso de Ben" pronto escala hacia algo bastante más perturbador que enmudecerá al espectador que no haya tenido que convivir con semejantes problemas, todo ello, además, sin artificios ni exageraciones baratas, fundamentalmente porque no los necesita. Es una pesadilla en sí misma que mezcla el drama seco con el suspense más aterrador.

La película pone el foco en una madre desesperada por confiar en la recuperación de su pequeño, transmitiendo a la perfección esa sensación de intranquilidad permanente, de caminar sobre un alambre sin red y de tener la espada de Damocles encima, ahora y para siempre. De este modo, "El regreso de Ben" abraza el mito de la madre coraje, y lo hace con toda legitimidad, porque incluso a los que no somos padres ni tenemos intención de serlo logra atormentarnos sólo con imaginar estar en su situación. A ello contribuye una excelente Julia Roberts, que cuando quiere es buenísima, y un igualmente brillante Lucas Hedges.

Francamente, "El regreso de Ben" debería pasarse por los colegios, no sólo porque está muy bien hecha, en todos los aspectos técnicos, sino porque se le quitan a uno las ganas de coquetear con las drogas.