Muchas cosas malas se pueden decir de "Los confidentes", con toda razón: los personajes están poco desarrollados, sus actores más de lo mismo, hay alguna trama que es sobrante por completo (la de Mickey Rourke) y, en términos generales, está objetivamente mal hecha y peor terminada. Pero algo tiene que me provocó, me agitó y me hizo sentir cosas, arriba y abajo.

Ese algo es un elemento perfectamente definible como la atmósfera, repleta de perversidad, fatalidad y decadencia. Litros y litros de decadencia. El nihilismo campa a sus anchas, tanto en el grupo de jóvenes ricos, a los que se les acaba de morir un amigo y cuyas vidas está tan resueltas a nivel económico que no saben cómo llenarla; como en los padres de estos, el cantante o la presentadora de televisión, protagonistas de vidas insulsas y rebosantes de tristeza, ahora ya sólo son sombras de lo que algún día fueron.

La retahíla de estrellas -también decadentes- es la mar de genuina, sólo faltan Demi Moore, Meg Ryan y Val Kilmer. Es una pena que hayan desaprovechado la oportunidad del reencuentro de "Nueve semanas y media", el principal atractivo de esta película, diría yo, pero todos ellos funcionan en este asunto: los jóvenes Jon Foster y Amber Heard son guapos y aquí están por esto, no nos engañemos; la aún joven pero ya manida Winona Ryder, que supone un placer comprobar que sigue siendo buenísima; y cierran el asunto el matrimonio con mar de fondo compuesto por Billy Bob Thornton y Kim Basinger, ella especialmente, cuya mezcolanza de belleza, fatalidad y ya madurez la hace, todavía más, epatante.

Con todo lo dicho, es evidente que Gregor Jordan no ha parido una película para todo el mundo. De hecho, es una película para casi nadie. Uno la recomendaría a quiénes busquen productos indómitos, que se alejen de la norma, un poco desnortados y cercanos a los límites de la decencia. La clave, creo, es estar dispuesto a recrearte en fangos turbios.