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Voto de berenice:
8
7,6
3.146
Drama
Retrato de la triste existencia de una chica que es maltratada por su padre y humillada por la gente de su pueblo. (FILMAFFINITY)
27 de enero de 2013
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Malvenidos a Port Hurrac, un pueblo de la Francia profunda, (la misma profundidad negra de la que aún no nos hemos librado del todo en varios puntos de España, incluso en el siglo XXI, aunque es verdad que las cosas han cambiado). Yo he vivido en algunos de esos pueblos, debido a mi condición de maestro. Es verdad que un entorno más duro propicia más crueldad, también en los niños. Un pájaro que se cae de un árbol puede tener su oportunidad en Madrid capital, pero no en Port Hurrac. Igual que Mouchette, que está condenada y, por eso, se convierte en alimaña.
La película no se corta a la hora de cargar las tintas, por más que lo haga en plan ascético y estilista. Todo nos es hostil en ese pueblo a los civilizados y leídos urbanitas, los que vemos cine de Bresson, cine de estilo personal y poderoso, pero no exactamente neorrealista. Cuando los hombres beben, notamos arcadas en el gaznate. Cuando la maestra castiga, nos los creemos, así como su cara de infinito asco, (aunque no entiendo cómo Mouchette canta tan afinado y con voz tan preciosa y luego se empeña en fallar una única nota). Para tirar barro, la niña escoge siempre el mismo cubil entre el follaje, como una alimaña. Los personajes aparecen unos al lado de otros, pero son entes individuales, aislados, sin conexión. Las almas de ese pueblo carecen de comunión entre ellas; sólo un remedo entre vapores de alcohol. El ambiente de animalidad no da tregua, ayudado por una composición escenográfica extraordinaria, por unos interiores sucios, desesperados también, prodigiosos. Y el barro, una vez más usado como símbolo de ausencia de conciencia moral, (recuerdo ahora, en el mismo plan, “La marcha nupcial”, de Stroheim).
Es tanta la desesperanza que no creo que haya otro film más desesperado en la historia. Como cristiano, a Bresson se le debió venir el mundo encima al idearlo, o al leer al también cristiano Bernanos. Aquí desterraron la complacencia. Se pasaron cuatro pueblos, la película es casi insoportable. De verdad.
Como siempre en un cineasta tan sobrio como Bresson, la banda sonora es muy importante. Nunca hay música compuesta por un compositor profesional que subraya las escenas. En su lugar, un universo de sonidos con su simbología propia. Los zuecos usados como leitmotiv de la miseria que se aproxima; la canción del acordeón colisionando con la melodía feliz de los cochecitos de choque, único momento de felicidad de la niña, (colisión que deforma la bonita melodía y la vuelve siniestra, a lo Charles Ives). Hojas, vientos, lluvias, no hay sonido sin un porqué. Especialmente magistral es el llanto del bebé. En todas las demás películas del mundo, cuando llora un bebé no tarda en callar. Aquí sigue, y sigue, y sigue…y sigue.
Para mí, la película sería una obra maestra absoluta, con escenas inolvidables, de no ser porque también contiene algunos largos momentos plúmbeos. Y esto es grave en un film de hora y cuarto. Sí, ¿qué pasa? ¿No se puede decir? Hay largas secuencias sencillamente aburridas. Esto no puede pasar jamás, ni con Bresson ni sin él.
La película no se corta a la hora de cargar las tintas, por más que lo haga en plan ascético y estilista. Todo nos es hostil en ese pueblo a los civilizados y leídos urbanitas, los que vemos cine de Bresson, cine de estilo personal y poderoso, pero no exactamente neorrealista. Cuando los hombres beben, notamos arcadas en el gaznate. Cuando la maestra castiga, nos los creemos, así como su cara de infinito asco, (aunque no entiendo cómo Mouchette canta tan afinado y con voz tan preciosa y luego se empeña en fallar una única nota). Para tirar barro, la niña escoge siempre el mismo cubil entre el follaje, como una alimaña. Los personajes aparecen unos al lado de otros, pero son entes individuales, aislados, sin conexión. Las almas de ese pueblo carecen de comunión entre ellas; sólo un remedo entre vapores de alcohol. El ambiente de animalidad no da tregua, ayudado por una composición escenográfica extraordinaria, por unos interiores sucios, desesperados también, prodigiosos. Y el barro, una vez más usado como símbolo de ausencia de conciencia moral, (recuerdo ahora, en el mismo plan, “La marcha nupcial”, de Stroheim).
Es tanta la desesperanza que no creo que haya otro film más desesperado en la historia. Como cristiano, a Bresson se le debió venir el mundo encima al idearlo, o al leer al también cristiano Bernanos. Aquí desterraron la complacencia. Se pasaron cuatro pueblos, la película es casi insoportable. De verdad.
Como siempre en un cineasta tan sobrio como Bresson, la banda sonora es muy importante. Nunca hay música compuesta por un compositor profesional que subraya las escenas. En su lugar, un universo de sonidos con su simbología propia. Los zuecos usados como leitmotiv de la miseria que se aproxima; la canción del acordeón colisionando con la melodía feliz de los cochecitos de choque, único momento de felicidad de la niña, (colisión que deforma la bonita melodía y la vuelve siniestra, a lo Charles Ives). Hojas, vientos, lluvias, no hay sonido sin un porqué. Especialmente magistral es el llanto del bebé. En todas las demás películas del mundo, cuando llora un bebé no tarda en callar. Aquí sigue, y sigue, y sigue…y sigue.
Para mí, la película sería una obra maestra absoluta, con escenas inolvidables, de no ser porque también contiene algunos largos momentos plúmbeos. Y esto es grave en un film de hora y cuarto. Sí, ¿qué pasa? ¿No se puede decir? Hay largas secuencias sencillamente aburridas. Esto no puede pasar jamás, ni con Bresson ni sin él.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Dos momentos son para la gran historia del cine, para la más grande. Se filma en ellos el alma misma, el interior. ¡Qué poquísimas veces se consigue esto! El primer momento es el abrazo de Mouchette a su violador, tras su reticencia inicial. Las lecturas que se pueden hacer son múltiples, el efecto en un espectador sensible, como yo, es devastador, arrebatador.
Después, pocas veces he sentido en una película la intensidad poética del suicidio final de Mouchette, con esos tiernos tres intentos, envolviéndose al rodar en su propia mortaja y sonando Monteverdi, única música incidental del film. Bresson hace factible la mezcla imposible entre sencillez y grandeza, entre alivio y tristeza, en la misma secuencia.
Después, pocas veces he sentido en una película la intensidad poética del suicidio final de Mouchette, con esos tiernos tres intentos, envolviéndose al rodar en su propia mortaja y sonando Monteverdi, única música incidental del film. Bresson hace factible la mezcla imposible entre sencillez y grandeza, entre alivio y tristeza, en la misma secuencia.