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Voto de Antonio Morales:
10
Cine negro. Thriller La meticulosa planificación de un atraco a una joyería, por parte de una banda de delincuentes, le sirve a Huston para ofrecer un relato lleno de intensidad, amén de un realista e insuperable estudio de los personajes y sus motivaciones. Sin lugar a dudas, una de los mejores películas del cine negro de todos los tiempos, con el gran Hayden y una seductora y sexy Marilyn Monroe. (FILMAFFINITY)
19 de octubre de 2013
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
John Huston realiza una fiel adaptación de la estupenda novela homónima editada el año anterior, de William Riley Burnett del que era amigo y coguionista de “El último refugio” de Raoul Walsh. La película recrea minuciosamente el atraco a una joyería ideado mientras estaba entre rejas por “Doc” (Sam Jaffe), un ladrón de guante blanco de origen germano, con la complicidad de Dix Handley (Sterling Hayden), un pistolero con antecedentes y deudas de juego, y el dinero del presunto financiero Alonso D. Emmerlich (Louis Calhern), un corrupto abogado arruinado pero con debilidad hacia las jovencitas. La expresión que encabeza mi crítica hace alusión a una jovencísima Marilyn Monroe.

Desde mi punto de vista, el atraco extraordinariamente filmado y recreado en “Rififi” de Jules Dassin, es sólo una excusa del escritor y el cineasta para dibujar un análisis de la sociedad y, sobre todo, un estudio de los caracteres, representatividad y jerarquía de un grupo humano, con sus peones y capitalistas, hasta ilustrar la ascensión de una nueva clase de delincuentes de cuello blanco formada por letrados sin escrúpulos y delatores vendidos al mejor postor, que tomarán en las páginas de Burnett el relevo del viejo gánster, despojo de un pasado en vías de extinción donde todavía cabían reglas, amistades y pactos, junto a viejos códigos éticos.

Hay en el film un análisis de la colectividad que ha hecho del crimen un negocio de clase y donde Huston no esconde sus simpatías por el personaje de Sterling Hayden, que anuncia el desgarrado lirismo que luego refrendaría en “Johnny Guitar”, rudo y vulnerable a la vez, sólido e idealista a partes iguales, Dix ha hecho de la lealtad su valor más preciado, Hayden encarna la fatalidad del perdedor. También asume los emblemáticos valores del campo frente a la ciudad, su amor por los caballos en parajes limpios alejados de la suciedad moral de la urbe, fría y cruel. Su compañera la prostituta Doll Conovan (Jean Hagen) dispuesta a todo por amor. Sin olvidar a Caruso especialista en abrir cajas fuertes, que quiere terminar pronto “el trabajo” para volver a casa. Turbadora corte de perdedores que ha hecho del fracaso una lúgubre y melancólica pasión.

Desde las primeras imágenes del film, una calle desierta, el sonido de la radio patrulla de un coche policial y la sombra de Dix en busca del bar de Guss (James Whitemore) camarero impedido que hará de chófer en el golpe, la película establece una clara desigualdad formal entre dos mundos antagónicos: el del hampa, configurado por angostos tugurios, personajes a la deriva, una iluminación dura y contrastada con puntuales fuentes de luz, frente al biempensante cosmos del togado burgués en connivencia con la policía y un gánster soplón, dejando evidente la estética opulenta de espaciosos y virginales decorados que separan la estancia donde descansa la doliente esposa de Emmerlich de los trapicheos que se negocian al otro lado de la pared. Una película sólida y sin fisuras que irradia fatalismo, como muy bien exclama Doc: “¡Fatalidad! ¿Qué se puede hacer contra la fatalidad?”.
Antonio Morales
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