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Voto de Antonio Morales:
7
Drama Adaptación cinematográfica de la última e inacabada novela de Francis Scott Fitzgerald. La acción se desarrolla en los años treinta, la época dorada de los estudios de Hollywood, y trata sobre la desmedida ambición y falta de escrúpulos de los que están dispuestos a utilizar todos los medios a su alcance para conquistar la gloria: aspirantes a actores, escritores y productores cinematográficos. (FILMAFFINITY)
21 de junio de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Elia Kazan aceptó la propuesta de su amigo y productor de alguno de sus films, Sam Spiegel de filmar la adaptación de “The last Tycoon”, la inconclusa novela de Francis Scott Fitzgerald ambientada en el Hollywood de los años treinta y cuyo personaje principal, el enigmático Monroe Stahr, estaba sin duda inspirado en el audaz productor Irving Thalberg. Al contrario de su modesta película anterior “Los visitantes”, esta vez Kazan se encargaba de una de las mayores producciones de su tiempo, con un grandioso presupuesto, el guión fue escrito por el que después obtendría el Nobel de Literatura, Harold Pinter y un reparto compuesto por un gran elenco de estrellas veteranas y algunos jóvenes que ya destacaban. Encabezado por un grandioso Robert De Niro que había triunfado como el joven Vito Corleone de “El Padrino 2” y “Taxi driver”.

Todos estos alicientes no pudieron evitar su fracaso en taquilla, a pesar de que se trataba de una película muy sólida, que contenía una aguda reflexión sobre los entresijos del mundo del cine clásico de Hollywood, la era de los grandes Estudios y los magnates de la producción. Pero el cine como arte y negocio había cambiado considerablemente, quizá porque los grandes maestros, los pioneros, estaban jubilados o muertos, y los nuevos espectadores jóvenes que asistían a las salas, no estaban interesados en la edad de oro del cine. “El último magnate” fluctúa casi siempre, con habilidad e inteligencia, entre la reconstrucción decorativa y la profunda asunción del texto, sin embargo, y a pesar de las muchas concesiones esteticistas que sobrecargan el film, éste se mantiene como una obra bastante personal, pues más que una historia sobre el interior de los estudios cinematográficos, en mi opinión, resulta un despiadado análisis de las personas que detentaban el poder dentro de la cadena de producción de una película durante aquellos años.

Sobre una persona, sobre un gran productor (Tycoon), Monroe Stahr (De Niro) es el prototipo de gran productor, intuitivo, despótico, conoce bien qué es el cine, es capaz de cortar el metraje de una película, pero también de dar “permiso” para la realización de otra película “artística” que hará perder dinero a la compañía pero le dará prestigio intelectual; y es capaz, asimismo, de despedir a un director que no sabe entender a su estrella (consciente de lo que va a vender es el nombre de la estrella, en este caso, Jeanne Moreau y no el del director, empleado del estudio), y de enamorarse de una jovencita que tiene una aparición fantasmagórica en el estudio, con la que mantendrá una relación bastante extraña, como una especie de sueño irrealizable. Uno de los aspectos más destacables de Kazan es la valentía en la utilización del decorativismo, procurando convertirlo en un accesorio útil, operativo, gracias a una suave fotografía en los tonos de colores.

Kazan evita el color pastel “retro” tan habitual entonces, la descripción de los modos de trabajo es minuciosa y atractiva, otro factor interesante es el tratamiento de los personajes con una profundidad dramática, exponiendo descarnadamente el conflicto de la soledad. Una película romántica asentada en elementos sugerentes, apoyada en una música melancólica de Maurice Jarre, que sugiere la añoranza de un tiempo perdido. Sólo por todo esto y por el amargo tratamiento del conflicto con los escritores, que el propio Fitzgerald sufrió en sus carnes, merece la pena ver la película, pero todo ello era demasiado refinado e intimista en 1976, y el público no estaba por la labor, exigía espectáculo, catástrofes y otras desgracias acordes con los tiempos. El film permanece como un reflejo de lo que pudo ser y no fue, con la acidez de un cineasta y un escritor, Kazan y Fitzgerald que nunca terminaron de adaptarse al proceso de fabricación en la meca del cine.
Antonio Morales
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