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Voto de Antonio Morales:
7
Drama. Romance Julie Marsden y su prometido parecen destinados a no compartir sus vidas. Las continuas exigencias y desaires de ella terminan alejando de su lado al hombre que verdaderamente ama. (FILMAFFINITY)
6 de agosto de 2014
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para cualquier amante del cine clásico, “Jezabel” es el paradigma del melodrama en estado puro. Un pasional melodrama sureño que se desarrolla en los prolegómenos de la Guerra de Secesión americana, donde asistimos al caldo de cultivo sociológico de lo que devendrá el conflicto civil entre el norte y el sur del país. Gracias a la astucia del productor Hal B. Wallis, en aquella época director ejecutivo de la Warner y del film, que ya conocía la producción de otro grandioso melodrama sureño como era “Lo que el viento se llevó”, que estaba rodándose y la intuición de que este tipo de cine estaba en pleno auge, como de hecho así sucedió. Basada en una obra teatral de Owen Davis, donde se retrata la sociedad sureña de Nueva Orleans por el año 1852, donde conoceremos a una dama del sur de ánimo provocador, testaruda y caprichosa, Julie Mardsen (Bette Davis) que mantiene una relación tormentosa con el joven banquero Preston Dillard (un apuesto Henry Fonda).

Es también el enfrentamiento entre dos formas antagónicas de entender la vida, que no se dirime en el campo de batalla, sino en una contraposición de caracteres y de costumbres; que podría describirse como una sociedad tradicionalista frente a una sociedad reformista, una sociedad anclada en el pasado frente a una sociedad con ánimo de cambio. Jezabel está dividida en dos partes, que corresponden a dos tiempos, a dos planteamientos y a dos intereses diferentes. La primera transcurre hasta la ruptura de la pareja, con la marcha a Nueva York por un año de Preston. La segunda sucede cuando regresa nuestro protagonista, con una cultura y una mentalidad ajena a la cultura sureña. Preston ha cambiado y comprende el discurso realista del norte. La ciudad de Nueva Orleans asolada por la epidemia de la peste puede entenderse como una metáfora de la descomposición del ideario y las costumbres sureñas.

Es evidente que “Jezabel” es una obra en la que los conflictos individuales son consecuencia de una situación sociopolítica muy concreta, y en la que por lo tanto, cada uno de los personajes adquiere naturaleza de portavoz: de una idea, de una clase social y de una actitud ante la vida. En el trasfondo, era una lucha entre dos tipos de economías totalmente distintas: una industrial-abolicionista (Norte) y otra agraria-esclavista (Sur). Es cierto que Bette Davis tiene una actuación redonda, pero no por ello hay que olvidarse del resto de secundarios. En cuanto Wyler, realiza una puesta en escena transparente en cuanto a los contenidos alegóricos de la obra, gozando de gran protagonismo sus decorados, esa fastuosa escalera, presente siempre en el cine de Wyler como efecto dramático, sin subrayar lo evidente, logrando transmitir un estado de ánimo y una sensación ambiental creíble. En definitiva lo que Wyler y su gran equipo técnico y artístico recrea es una página de la historia de los Estados Unidos que permanece en nuestra memoria para siempre.
Antonio Morales
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