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Voto de Antonio Morales:
4
Comedia. Intriga California, año 1970. A Doc Sportello, un peculiar detective privado de Los Ángeles, le pide ayuda su exmujer, una seductora "femme fatale" debido a la desaparición de su amante, un magnate inmobiliario que pretendía devolverle a la sociedad todo lo que había expoliado. Sportello se ve envuelto así en una una oscura trama, propia del cine negro. Adaptación de la novela homónima de Thomas Pynchon publicada en 2009. (FILMAFFINITY)
26 de noviembre de 2016
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aun siendo un gran admirador del cine de P. T. Anderson, no todas su películas me parecen buenas, y “Puro vicio” es una de ellas, pues la trama no me seduce en absoluto, a pesar de sentirme un enamorado del género negro. Se trata de una revisitación de la América de los años setenta en clave de cine negro, adaptando una novela de Thomas Pynchon que no he leído, pero tampoco lo haré sabiendo de que trata. Al hilo de una trama tediosa, grosera, soez y estéticamente cutre, el cineasta nos muestra todo ello en el marco de una post-contracultura, en la que los hippies y el recuerdo de Woodstock, las marchas y la revolución fracasada, comienzan a quedar varados frente a una realidad sombría, violenta y deprimente, con Vietnam y sus consecuencias en mente, con un Nixón a punto de ser elegido presidente de los Estados Unidos y lo que le seguiría, nada nuevo y todo archiconocido, puro caldo de cultivo para la progresía que aborrece el capitalismo pero a ellos que no les toquen sus privilegios y su vida acomodada, cinismo e hipocresía que siempre funciona.

Una historia deprimente, insulsa, zafia y que no produce ninguna empatía hacia un sabueso estrafalario, guarro, drogata e impresentable que denigra el oficio de detective privado. Por mucho espectador ingenuo que los hay en abundancia, que flipa en colores, como si hubieran disfrutado del primer orgasmo, por la audacia y la estética de una California decadente y moralmente abyecta, me quedo decididamente con el cine negro clásico, elegante, fatalista de mujeres perversas y luces y sombras inmorales. Anderson consigue crear una puesta en escena con cada plano, en cada escena que transmite una sensación de asfixia, de angustia, gracias a una fotografía de ensoñación alucinógena que transmite una realidad transfigurada, cuyos contornos no se pierden sino que se hiperbolizan en busca de su esencia. Anderson proyecta una Norteamérica desoladora, casi trágica, aunque camuflada de comedia. Tiene la suerte de contar con una la libertad creativa que muchos no disfrutan.

Siguiendo esa corriente de volver la mirada al cine de los setenta que recorre de manera transversal a algunos cineastas actuales, Anderson ha tomado el cine paranóico-conspiratorio de ese tiempo para adaptarlo a su personal mirada en una película de interiores, recreada mediante una puesta en escena de atmósferas de diferentes ideas que van surgiendo a lo largo de la trama que, por momentos, parecen más una ensoñación de Doc que algo que esté realmente sucediendo. De ahí que las conversaciones y las acciones se sucedan sin apenas transición, con fuerte rupturas de montaje. Rompiendo, eso sí, convencionalismos narrativos y creando una sucesión dramática, dinámica y agresiva, que no permite al espectador acomodarse ante las imágenes, la mejor posición para transmitir todo lo que contiene esta fea y poco agradable película del “enfant terrible” del nuevo cine americano. Lo de la historia de amor del film, es tan poco probable, tan absurda y efectista que me parece patética.
Antonio Morales
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