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Voto de Antonio Morales:
7
Western. Aventuras Tras su huida de los Estados Unidos, el legendario forajido Butch Cassidy y su amigo Sundance Kid murieron en Bolivia en 1908, en un tiroteo. Esto es lo que dice la versión oficial. Esta otra leyenda, en cambio, nos dice que Cassidy sobrevivió y que, después de vivir escondido durante veinte años, lo que deseaba era volver a su país. Sin embargo, cuando conoce a un joven ingeniero español que acaba de robar una mina que pertenece al ... [+]
15 de marzo de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alto ahí…, antes de hacer clic en el NO, yo me refiero al de la película no al político independentista hijo de andaluces que cuando habla pausadamente en el parlamento nos perdona la vida. Yo hablo del ingeniero de minas Eduardo Apodaca (un excelente Eduardo Noriega), un ladrón amoral sin códigos éticos, la cara opuesta del famoso bandido James Blackthorn/Buch Cassidy (asombroso Sam Shepard) un tipo con principios y valores, más allá del dinero, como la lealtad y la amistad, aunque siempre fue un forajido perseguido por la ley.

El estupendo western filmado por Mateo Gil, parte de la relectura de ese mítico film llamado en España, “Dos hombres y un destino” (Butch Cassidy and Sundance Kid) de George Roy Hill en 1969. Que especula siguiendo la teoría de que los cadáveres encontrados, que no pertenecían a los forajidos, por lo tanto no murieron en el tiroteo contra el ejército boliviano, y el primero, oculto bajo el nombre de James Blackthorn siguió su vida dedicado a la cría de caballos en las serpenteantes montañas de Bolivia. Veinte años más tarde, cercana de nuevo la muerte, el legendario forajido decide regresar a casa para conocer a un presunto hijo: “lo más importante para un hombre es el día que se va de casa y el día que vuelve”, afirma.

En el camino topará con el susodicho rufián español Eduardo Apodaca, perseguido por robar en las minas de un terrateniente, para el que trabajaba, y con el agente de la Pinkerton MacKinley (Stephen Rea), un viejo enemigo siguiéndole los talones. Como se ve, el cineasta y su guionista Miguel Barros, recuperan las constantes del western para orquestar una especie de representación del género, algo así como un homenaje apócrifo. El film oscila entre la reflexión melancólica de un mundo que desaparece, así como una cierta revisión crítica de ese pasado histórico.

El film retoma un renovado lirismo y sin olvidar la épica y la leyenda. Tampoco faltan las baladas que ilustran ese devenir en tono cercano al estilo Peckinpah, recordando en muchos momentos a “Grupo salvaje”. Hay también una notable diferencia temporal además de moral en este western itinerante por parte de sus protagonistas, Buch representa el pasado, mientras Eduardo representa el presente. Un western exótico, a medio camino entre lo clásico y lo crepuscular a la vez, donde la aventura y la fisicidad del paisaje del altiplano boliviano es asombroso y determinante.
Antonio Morales
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