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Voto de Antonio Morales:
9
Drama Don Jaime (Fernando Rey), un viejo hidalgo español, vive retirado y solitario en su hacienda desde la muerte de su esposa, ocurrida el mismo día de la boda. Un día recibe la visita de su sobrina Viridiana (Silvia Pinal), novicia en un convento, que tiene un gran parecido con su mujer. Basada libremente en la novela "Halma", de Benito Pérez Galdós. (FILMAFFINITY)
18 de marzo de 2014
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La génesis y posteriores avatares de esta gran película que es “Viridiana” son de sobras conocidos, pero nunca está de más recordarlo por si alguien lo desconoce. Buñuel llevaba sin rodar en España desde 1932, con “Las Hurdes”, un escalofriante documental sobre las miserias de esta comarca extremeña. Gracias a cierta apertura en el régimen franquista, el sordo de Calanda se animó a volver. El productor Gustavo Alatriste invirtió una gran cantidad en el proyecto para el lanzamiento de su esposa, Silvia Pinal. Buñuel aceptó gratamente la propuesta y mostró el guión de “Viridiana”, que había escrito en colaboración con Julio Alejandro. Buñuel presentó la obra en el Festival de Cannes de 1961, con todos los honores y orgullo patrio, donde ganó la Palma de oro. El escándalo llegó dos días después: un duro artículo del Observatore Romano, la descalificaba tachándola de blasfema y sacrílega. El director general de cinematografía, Muñoz Fontán, fue fulminantemente destituido y se dice que Franco, lacónico, exclamó: “Que la quemen”. No se estrenaría en España hasta 1977. Por entonces, era ya una obra mítica de nuestro cine.

Y lo sigue siendo, con toda justicia. En “Viridiana” (nombre que Buñuel tomó de una santa italiana del siglo XIII) toman cuerpo todas las obsesiones del autor, que no eran pocas, empezando por las sexuales y las religiosas. Tomando como excusa e hilo conductor el itinerario moral de una novicia (una turbadora y rotunda Silvia Pinal) que despierta el deseo de su tío tutor, que le pide casarse con él. Fascinada primero por el sórdido universo fetichista de su tío Don Jaime (Fernando Rey) y obsesionada después…, las circunstancias le harán dejar su vocación y se entregará al cristiano sendero de la caridad. Ahí es donde aparecen los bulliciosos mendigos con Lola Gaos al frente, haciendo retratos con la “cámara” que sus padres le regalaron cuando vino al mundo, durante la escenificación de la Santa Cena, que tantas ampollas levantó. Buñuel, por supuesto, pinta su cuadro no ya en blanco y negro, sino con el humor negro. Un humor cruzado con la metáfora y de hondas raíces hispanas, desde Quevedo hasta Baroja, pues la herencia del cineasta es rica culturalmente.

Película magistral, que fustiga como ninguna la hipocresía de los falsos creyentes a través de una historia con reminiscencias de la novela picaresca clásica. No sólo es una de las más perversas parábolas concebidas por su autor, sino igualmente – y al contrario de lo que suele pensarse – una curiosa y completa “summa” del cine Español de la época. Todo lo cual, claro está, proporciona a Buñuel luminosos instantes de júbilo blasfemo, libertario y le hace sentirse a gusto con un material a su medida. El papel del sobrino (Paco Rabal) es buena prueba de ello.

Cuidadosamente estructurada en dos partes distintas, mientras en la primera parte abundan las groseras alusiones eróticas, en la segunda se dedica a profundizar en el sentido religioso, a cuestionar frontalmente ciertos mitos cristiano-burgueses, desde la caridad entendida como liberación espiritual hasta la bondad presuntamente consustancial a los desheredados, a la vez irresistiblemente cómicos y lastimeramente patéticos. El resultado por supuesto es de un sarcasmo bestial, pero no así la puesta en escena, marcada por la proverbial impavidez buñueliana y volcada, a su vez, en un realismo esperpéntico más cercano a la pavorosa gelidez de Goya y Valle-Inclán que a la caótica anarquía de Berlanga, hasta tal punto intelectualizado que las alusiones simbólicas y metafóricas acaban campando a sus anchas.
Antonio Morales
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