Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

Soñamos en realidades y mundos paralelos que no podemos controlar. El subconsciente es un tirano que impone a sus antojos aquellos temores o anhelos del soñador. Es por ello caprichoso, aunque legitimo, lo que Nolan presenta en su historia de soñadores empedernidos en la búsqueda de alterar las realidades paralelas que se construyen de la nada. La confusión y el caos se sobreponen a cualquier intento racional por obtener las respuestas últimas a unas existencias paradójicas que la rutina de una sola vida se niega aceptar. Soñamos y vivimos un millón de veces; nos hacemos eternos aunque todo termine en una ilusión espasmódica. La mente, el cerebro, alberga nuestro escape a existencias que pudieron haber sido y no lo fueron. Como mecanismo compensatorio está bien, ¿pero hasta donde llega la “realidad” de un sueño y de los espectros que hemos creado? Todo esto es género fantástico puro más que ciencia ficción, y sin filosofía de por medio, algo que se agradece.

Si hay algo que resiento de “Origen” es su gratuita y estereotipada acción sin descanso, casi caricaturesca, y eso sí, sin la elegancia de “Matrix”. Por lo demás, más que interesante y original su planteamiento experimental y valiente en torno a una temática prácticamente virgen dentro de la historia del cine.

No está de más decir que Di Caprio rescata la película de cualquier bache interpretativo, y quienes le secundan, mantienen el tipo desde la sobriedad de una temática bajo la sombra del misterio.