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España España · Pontevedra
Voto de The Quiet Man:
9
Drama. Romance Años 40. A consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, Casablanca era una ciudad a la que llegaban huyendo del nazismo gente de todas partes: llegar era fácil, pero salir era casi imposible, especialmente si el nombre del fugitivo figuraba en las listas de la Gestapo, que presionaba a la autoridades francesas al mando del corrupto inspector Renault. En este caso, el objetivo de la policía secreta alemana es el líder checo y héroe de la ... [+]
17 de noviembre de 2011
19 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablar de CASABLANCA es hablar de Humphrey Bogart, un tipo hecho de la misma pasta que Sterling Hayden, Robert Ryan o Lee Marvin. Inconformista, fue más lejos que ellos. Se plantó en Hollywood, con su cara de palo, preguntando por la más guapa, porque Humphrey andaba escaso de talla y de nombres de mujer, él con silbar y “muñeca” se apañaba. A los galanes de entonces, Grant, Gable, Peck, Fonda, Cooper y compañía, en vez de darles la risa floja les temblaron las rodillas y así empezó el mito.

El día que Michael Curtiz le enseñó el guión de CASABLANCA, los gritos de Humphrey debieron de hacer temblar la estancia: “¿Pero esto qué es?”, “¿Pero cómo demonios te atreves a traerme esto a mí?”. El pobre de Michael no sabría donde meterse, él era un artesano con oficio, de los que tragan con lo que el Estudio mande, y, desde luego, incapaz de solucionar problemas a base de Whisky como los Welles, Ford o Huston. Y ahí estaba Humphrey, un buenazo cuando le daba la gana, “tranquilo que esto lo arreglamos con unas cuantas frases”.

Lo que iba a ser un apaño resultó ser una obra maestra. En el cine la magia no surge solo de ensamblar las mejores piezas, se necesita que la inspiración haga acto de presencia. Y de eso se ocupó Humphrey, multiplicándose en la película por todas partes. Cada vez que algo no funcionaba, ahí acudía presto con una frase “De todos los bares en todos los pueblos en todo el mundo, ella entra en el mío” y la cosa mejoraba. ¡Podía decir lo que quisiera sin sonar ridículo!, y se cebó, las frases fueron cayendo una detrás de otra: “Tócala una vez, Sam, en recuerdo de los viejos tiempos”, con esta mejoraba hasta la iluminación, “si ella puede soportarla, ¡yo también puedo! ¡Tócala!”, la cosa iba de maravilla, “Los alemanes iban de gris y tú ibas vestida de azul”, “siempre nos quedará París”, el equipo técnico boquiabierto, y para rematar “Louis, creo que este es el principio de una gran amistad”, ¡Con la mano en el bolsillo! Como si tal cosa.

Termina la película y uno está en el séptimo cielo sin saber cómo, porque lo que siempre quedó, aparte de París, fueron las dudas, la principal un poco ambigua: ¿Al final con quien se queda Rick? ¿Con la chica o con el chico?
The Quiet Man
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