Chiron es un niño solitario e inexpresivo. Pasa el tiempo cabeza abajo. Es débil y tímido. Otros chicos lo maltratan. También su madre, Paula, una drogadicta que lo llama maricón por su forma de caminar y su suavidad. Chiron no tiene más familia. Por ello, se asume como marginal y elige omitirse en un profundo silencio.

Moonlight empieza cuando unos policías blancos matan a un joven negro. Está ambientada en los noventa, pero hoy todo sigue igual. Es difícil andar por las calles de Miami para alguien de color. Por eso Juan siempre está a la defensiva. Es un camello y en las calles aparenta ser un líder, con su auto como trono y su ropa de matón. Pero conoce su realidad marginal, tanto como Chiron. El poder no es para hombres como él. Su vida puede terminar rápido con una pistola o un cuchillo.

Un día, Juan ve a Chiron perseguido por los que lo maltratan. Logra esconderse en una casa abandonada y los pierde. Juan entra a la casa y se miran. Parece como un espejo. Quizás Juan ve a su pasado y Chiron ve a un posible futuro. No pasa mucho ahí, tienen una conversación de cliché. Lo que esperamos ver a lo largo de la película es que Juan lo acoja como un entrenado en el mundo de las drogas. Lo que realmente pasa es que lo lleva a casa, le presenta a su mujer y lo alimenta.

Juan y su mujer se vuelven una segunda familia para Chiron. Pero ellos siempre lo devuelven con Paula, no importa cuando drogadicta y abusiva sea con él. Ante todo, es su madre. Un código que no se entiende tanto entre blancos (si lo quieres, lo salvas), pero sí en un mundo marginal. En Moonlight no hay blancos. Es sobre una sociedad de negros y como se gobiernan entre ellos. El objetivo de Chiron es sobrevivir y evitar ser uno mismo para lograrlo.

Juan sabe que Chiron está condenado a la miseria. Eso lo motiva a influenciar en él. Por ejemplo, busca a Paula para que deje la droga y atienda a su hijo. Pero, ¿cómo puede dar una lección si él las vende? Todo en Moonlight es el círculo vicioso de la América del subdesarrollo: hazlo y te devolverá.

La película no es solo el despertar homosexual de un chico negro y pobre en un entorno hostil. Ese es el pretexto para construir una fábula social donde recordamos nuestra propia juventud. El primer amor, el modelo a seguir y la familia siempre fracturada. En una vida tan extrema como la de Chiron, donde las emociones son más precarias e intensas, se esconde la vida de cada uno.

Barry Jenkins arma la película a su antojo a partir de un guión magistral. La presencia del director se nota en cada escena. Es una obra de autor, demasiado artística en la forma para pasar desapercibido. Lo bueno es que Jenkins pone la cámara en lugares donde nunca antes estuvo, con un gran juego de colores. Cine artesanal a un altísimo nivel.

Desafortunadamente, el intenso estilo visual puede distraer. Está desconectado de la personalidad silenciosa de Chiron y no permite establecer una conexión más profunda con él. La mirada compasiva del director es más importante que el problema del personaje en sí. Además, las actuaciones (aunque brillantes) están muy dirigidas y se sienten hasta forzadas. Lo único que congenia es la edición simplista y el ritmo pausado.

Sin embargo, en una película tan calculada como Moonlight, el final es diferente. Se trata de una toma extendida que es más fiel al público porque no está determinada. Jenkins suelta su historia. Incluso los actores navegan a su antojo. Permite lo impredecible y ambiguo. Moonlight es un tesoro de la forma y una nueva mirada de la cultura marginal desde sus raíces.