Empecé la tercera temporada de una serie que me había entretenido lo suficiente como para seguir la historia de unos personajes amables y pacíficos, que se mezclaban en un bonito pueblo uniendo lo antiguo y tradicional, con la nueva y desesperada sociedad, empeñada en alejarse de todo lo que suene " rancio". Y lo hacía con simpatía y hasta coherencia, sin maldades ni odios. Un abrazo necesario remataba cada capítulo.
Y de repente, alguien con cargo debió meter la mano y la han convertido en un esperpento sucio, malintencionado y faltó de gusto. Si me dicen que algún Ministre está detrás del guión, me lo creo. No hay un segundo de respiro, de relajación, y es tal el asco que provoca, que va cercenando a cada personaje sin piedad, convirtiéndolos a todos en patéticos ignorantes sin personalidad, lo que les despoja del sentido del humor que poseían en las dos primeras entregas.
Y no gana nadie ni nada, todos pierden su dignidad, los unos y los otros, ya ni son de pueblo ni de ciudad, son un patético experimento que no puede ni debe funcionar.
Lo que la sociedad debería ser, lo enseñaba con los abrazos de los que ya he hablado, ahora muestra la deriva destructiva que nos están obligando a caminar.
Pensándolo bien, igual la triste realidad es esta y no el bonito ambiente de los inicios de la serie. Igual es una crítica de lo que está pasando. A veces lo parece, pero igualmente, el destrozo es absoluto.