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Voto de Vivoleyendo:
8
Comedia Época de la Guerra Fría. C.R. MacNamara, representante de una multinacional de refrescos en Berlín Occidental, hace tiempo que proyecta introducir su marca en la URSS. Sin embargo, en contra de sus deseos, lo que su jefe le encarga es cuidar de su hija Scarlett, que está a punto de llegar a Berlín. Se trata de una díscola y alocada joven de dieciocho años, que ya ha estado prometida cuatro veces. Pero lo peor es que, eludiendo la ... [+]
19 de octubre de 2010
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La fórmula para una comedia irrepetible es como la de la Coca-Cola; según afirman, nunca ha podido hacerse una copia exacta. Y, hablando del refresco más popular y vendido, viene al dedillo para la demoledora crítica que Wilder, inspirado en una obra de teatro, arrojó contra la paranoia mundial cuando la Guerra fría alcanzaba un paroxismo desorbitado. El mismo año en que se erigió el Muro de Berlín, Wilder contribuyó a derribar simbólicamente, desde el plano de la ficción cinematográfica, tanto desatino.
Tengo entendido, o eso ha extendido la eficaz estrategia de márketing, que la fórmula del refresco más consumido del planeta la conocen muy pocas personas en todo el mundo, y que ninguna otra empresa ha sido capaz de imitarla, y precisamente ese secreto tan bien guardado o tan bien convertido en leyenda debe de ser el principal detonante de su arrollador éxito. La Coca-Cola es estandarte del capitalismo, de Occidente, del mercado libre, de la gran empresa voraz y competitiva. Nada más y nada menos que un representante de las lacras que el bloque opuesto, el de las naciones comunistas, atribuían a sus enemigos.
Así que fue una brillante idea escoger la marca más difundida en todos los continentes como núcleo de esta comedia altamente satírica e imparable, y colocarla justo en zona fronteriza, en Berlín Oeste, con el sabueso MacNamara al frente. En una zona delicada, a las puertas de dos dimensiones enemistadas, la de la democracia por un lado y la del comunismo por otro, sin faltar el humor a costa de la reciente etapa fascista de Alemania, Wilder nos troncha de risa con unos diálogos delirantes, personajes totalmente caricaturescos, y escenas surrealistas que bombardean a mensajes mordaces y que no conceden ni un momento de aburrimiento. Son tantos los gags y tantas las frases memorables que al terminar uno se queda como si hubiera pasado un tren a toda velocidad, nos hubiera metido dentro en plena marcha y no hubiese parado de provocarnos carcajadas con todo su circo de variedades absurdas.
Y no venía nada mal un poco de distensión y algo de perspectiva irónica a principios de una década en la que el temor a una guerra mundial definitiva y una hecatombe nuclear flotaba pesadamente en una atmósfera viciada.
Nada mejor que la pausa que refresca, y echar pelillos a la mar tomándose con la delegación soviética una Coca-Cola fresquita y unos vodkas con caviar en un restaurante de postín, mientras la rubia secretaria capitalista baila sobre la mesa y Stalin queda olvidado en un retrato que nadie mira, porque con la buena vida se va al diablo todo lo que no sea darle gusto al cuerpo serrano.
Vivoleyendo
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