Este thriller de Fincher cumple su objetivo de inyectar tensión en el espectador, y con el mérito de utilizar como único escenario una señorial casa situada en el corazón de Manhattan. Pero poco más. Un ejercicio de fotografía notable, la correcta banda sonora de Howard Shore y el esforzado trabajo de Jodie Foster para levantar el metraje, que no pasa de los registros convencionales del género.
La protagonista es una casa enorme y llena de rincones cuyas nuevas inquilinas son sólo dos personas, una mujer divorciada y su hija. Lo que ellas desconocen es que su nuevo y excesivamente amplio hogar, que está dotado con una habitación antipánico, un verdadero búnker para casos de emergencia, esconde algo, un legado de su anterior y rico propietario. Y hay quienes estarán dispuestos a irrumpir como sea para llevárselo.
Cuando tres extraños allanan la casa en la oscuridad de la noche, la única protección para las dos habitantes será la habitación antipánico...
Claustrofobia y las agallas de una madre desesperada que luchará con uñas y dientes para que su hija y ella puedan escapar con vida... Pero ellas están dentro del búnker, y el botín codiciado por esos hombres también está en su interior, y ellos intentarán entrar por todos los medios, y no van a permitir que ellas escapen ni que contacten con el exterior.
Entretenido e ideal para ponernos nerviosos en nuestro asiento.