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Voto de Vivoleyendo:
10
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Drama
Noriko vive con su padre viudo y cuida de él, pero ya va siendo muy mayor para permanecer soltera. Su padre desearía casarla, aunque ello represente su definitiva soledad. Lo malo es que el candidato a matrimonio se casa con la mejor amiga de Noriko. Su tía Masa le presenta a un joven a su pesar. (FILMAFFINITY)
7 de junio de 2008
35 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
El minimalista Yasujiro Ozu, junto con otros grandes como Kenji Mizoguchi, demostró que en el cine de Japón hay mucho más que artes marciales, samurais, yakuzas y vendettas. Quizás se deba a esos estereotipos que desde pequeños los medios nos suelen inculcar, porque la idea que yo tenía en mi niñez de la industria cinematográfica nipona giraba en torno al kung fu, el karate, las katanas rebanando cuellos y el anime y el manga básicamente violentos, salvo excepciones como “Heidi”, “Marco”, “Candy Candy”, “La flor de los siete colores” y poco más. Incluso tengo inculcado el prejuicio de que todo el cine de Akira Kurosawa es violento, aunque ya me he apercibido de que no es cierto, y me he prometido ver alguna película suya que seguramente no será la explotada “Los siete samurais”.
Cuando he descubierto el universo personal de Ozu y de Mizoguchi, se me han abierto las puertas a lo mejor que el séptimo arte es capaz de producir. Y me parece lamentable que yo antes nunca hubiese oído hablar de estos impecables realizadores.
Las historias de Ozu no se desvían de lo corriente, de lo que podríamos observar si nos introdujéramos en una casa japonesa de mediados del siglo pasado y nos pusiéramos a espiar a sus moradores.
Retratando el universo de la familia, con la sencillez y el acierto a los que muy pocos se dignarían dirigirse en ese afán generalizado de centrarse en temas fantasiosos, adrenalíticos y grandilocuentes, Ozu consigue tomar el atajo más directo hacia la empatía de las personas corrientes que viven dedicadas a sus familias y a sus hogares, personas trabajadoras cuyas metas son las de cualquier miembro de las clases humildes y medias que suelen crecer con los valores de la familia, el sustento y la búsqueda de la felicidad basada en la plenitud que proporciona saberse rodeado de personas a las que se quiere, aunque no se posean grandes riquezas materiales.
Ozu coge su equipo de filmación y lo traslada al interior de hogares japoneses de posguerra. El país considerado más oriental del planeta se recupera de la terrorífica Segunda Guerra Mundial, y la modernidad se va instalando entre las tradiciones. A mí me resulta fascinante, como ya me sucedió en “Cuentos de Tokio”, contemplar la convivencia tan natural entre costumbres ancestrales y adquisiciones occidentales recientes. Tanto le daba al japonés o a la japonesa corriente vestirse con las modas de diario y ceremoniales que se han llevado durante siglos, como ponerse prendas típicamente occidentales.
Cuando he descubierto el universo personal de Ozu y de Mizoguchi, se me han abierto las puertas a lo mejor que el séptimo arte es capaz de producir. Y me parece lamentable que yo antes nunca hubiese oído hablar de estos impecables realizadores.
Las historias de Ozu no se desvían de lo corriente, de lo que podríamos observar si nos introdujéramos en una casa japonesa de mediados del siglo pasado y nos pusiéramos a espiar a sus moradores.
Retratando el universo de la familia, con la sencillez y el acierto a los que muy pocos se dignarían dirigirse en ese afán generalizado de centrarse en temas fantasiosos, adrenalíticos y grandilocuentes, Ozu consigue tomar el atajo más directo hacia la empatía de las personas corrientes que viven dedicadas a sus familias y a sus hogares, personas trabajadoras cuyas metas son las de cualquier miembro de las clases humildes y medias que suelen crecer con los valores de la familia, el sustento y la búsqueda de la felicidad basada en la plenitud que proporciona saberse rodeado de personas a las que se quiere, aunque no se posean grandes riquezas materiales.
Ozu coge su equipo de filmación y lo traslada al interior de hogares japoneses de posguerra. El país considerado más oriental del planeta se recupera de la terrorífica Segunda Guerra Mundial, y la modernidad se va instalando entre las tradiciones. A mí me resulta fascinante, como ya me sucedió en “Cuentos de Tokio”, contemplar la convivencia tan natural entre costumbres ancestrales y adquisiciones occidentales recientes. Tanto le daba al japonés o a la japonesa corriente vestirse con las modas de diario y ceremoniales que se han llevado durante siglos, como ponerse prendas típicamente occidentales.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
En cuanto a la educación y los valores, también se iban advirtiendo cambios revolucionarios. La sociedad, antes cerrada y con leyes rígidas, se iba abriendo a las nuevas exigencias y necesidades. Ozu centra su experta mirada en las relaciones matrimoniales y paterno-filiales, y con unos cuantos trazos esboza el papel sumiso de las mujeres y su supeditación al hombre, cuyas tornas sin embargo comenzaban a girarse ante las nuevas exigencias de una sociedad cada vez más competitiva e inquieta. Con cariño y con tranquilidad, Ozu muestra con reverente respeto tanto a sus personajes femeninos como masculinos y, con sólo unas escuetas palabras corteses, un gesto del rostro, una mirada o un movimiento, deja al descubierto la complejidad de sus pensamientos y de sus emociones.
El tema principal de “Primavera tardía” (título alegórico que hace referencia a la tardanza de la protagonista en despertar a la aceptación de la nueva vida que empieza con el matrimonio y la constitución de la propia familia) se enfoca en la crisis de una mujer treintañera, hija única huérfana de madre, ante el dilema que para ella supone haber rebasado la edad a la que la mayoría se casa, y sufrir por ello las presiones del ambiente. Como buena hija, Noriko cuida de su padre viudo, al que adora y del que no desea separarse. Éste, por su parte, no quiere ser egoísta ni retenerla a su lado, y la empuja suavemente a considerar el matrimonio, respaldado por su hermana, y para ello le buscan algún pretendiente.
Pero Noriko, completamente feliz en su estado de soltería entregada al cuidado paterno, siente rechazo a cambiar de vida…
Una excelsa sensibilidad, un buen gusto y una elegancia exquisitas, y un prodigioso tacto para abordar todos los temas, así como un retrato social perfectamente definido, en el que caben las tradiciones junto con las novedades impuestas por las circunstancias (por ejemplo, la admisión cada vez más aceptada del divorcio y de la progresiva independencia femenina).
Una sencilla pero minuciosa fotografía que, con su quietud y sus planos fijos, se adentra como un testigo de excepción en el corazón humano, y una banda sonora con temas orquestales clásicos que podrían aparecer en cualquier película occidental de aquella época, intercalados de un interludio de música japonesa cuando los protagonistas asisten a una representación teatral.
Sublime y excepcional.
El tema principal de “Primavera tardía” (título alegórico que hace referencia a la tardanza de la protagonista en despertar a la aceptación de la nueva vida que empieza con el matrimonio y la constitución de la propia familia) se enfoca en la crisis de una mujer treintañera, hija única huérfana de madre, ante el dilema que para ella supone haber rebasado la edad a la que la mayoría se casa, y sufrir por ello las presiones del ambiente. Como buena hija, Noriko cuida de su padre viudo, al que adora y del que no desea separarse. Éste, por su parte, no quiere ser egoísta ni retenerla a su lado, y la empuja suavemente a considerar el matrimonio, respaldado por su hermana, y para ello le buscan algún pretendiente.
Pero Noriko, completamente feliz en su estado de soltería entregada al cuidado paterno, siente rechazo a cambiar de vida…
Una excelsa sensibilidad, un buen gusto y una elegancia exquisitas, y un prodigioso tacto para abordar todos los temas, así como un retrato social perfectamente definido, en el que caben las tradiciones junto con las novedades impuestas por las circunstancias (por ejemplo, la admisión cada vez más aceptada del divorcio y de la progresiva independencia femenina).
Una sencilla pero minuciosa fotografía que, con su quietud y sus planos fijos, se adentra como un testigo de excepción en el corazón humano, y una banda sonora con temas orquestales clásicos que podrían aparecer en cualquier película occidental de aquella época, intercalados de un interludio de música japonesa cuando los protagonistas asisten a una representación teatral.
Sublime y excepcional.