Esta secuela es más intensa y efectiva que la primera parte. Como ya tenemos el camino allanado y no hay que perder tiempo en explicaciones del fenómeno vudú que hizo que el alma de un estrangulador quede atrapado en el cuerpo de un juguete plástico, entonces la cinta se dedica de lleno a desarrollar acción con variantes repletas de maldad.
En esta continuación el niño protagonista ha quedado con secuelas psicológicas y nuevamente es perseguido por el psicópata encarnado en un muñeco, sólo que en esta oportunidad ha vuelto más sádico y brutal que en la primera parte.
Eso es lo que distingue a esta interesante continuación, que las situaciones se tornan mucho más ágiles y truculentas donde no hay tiempo para el respiro.
Esta secuela despliega mucho frenesí, sobre todo en el último tramo que se despliega en la fábrica de juguetes, donde el carácter fílmico se torna muy dinámico y absorbente en el alto nivel de crueldad y salvajismo desarrollado.
Y obviamente que ese contraste de ver a un juguete infantil como elemento transmisor de perversidad es sumamente inquietante y perturbador, al igual que los buenos efectos especiales y de iluminación para dar vida a lo paranormal. Además la estética oscura del filme y su estruendosa banda sonora ambiental meten más nervio aún para hacer de esta propuesta una opción sumamente llevadera y emotiva desde los excites.
Lo dicho, la historia tiene tanto dinamismo que poco tiempo tenemos para detenernos y encontrarles sus puntos débiles (aunque los tiene). Esta cinta despliega en parte las características propias de un slasher muy particular con un poquito de fenomenología sobrenatural y otro tanto de terror psicológico. El resultado es una interesante segunda parte, más divertida y más efectiva incluso que la primera entrega.