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Voto de Lucas Liz:
4
Drama Cecil Gaines (Forest Whitaker) fue mayordomo jefe de la Casa Blanca durante el mandato de ocho presidentes (1952-1986), lo que le permitió ser testigo directo de la historia política y racial de los Estados Unidos. (FILMAFFINITY)
23 de octubre de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tratando de evadirnos de los quehaceres diarios, volvemos a una sala de cine y optamos por la última cinta de Lee Daniels, a cuya filmografía ya nos acercásemos hace tiempo viendo Precious, la cual nos dejase sensaciones contrapuestas y algo amargas. En esta ocasión, el director se rodea de un gran elenco de nombres importantes en el panorama cinematográfico actual (y algún otro ajeno al mundillo, pero que es fácil de reconocer) y lleva a la pantalla la vida de Cecil Gaines, un bonachón hombre negro que tiene que forjarse así mismo, superando una dura infancia y sobreponiéndose a la discriminación racial que predominó su tiempo y que tan presente estuvo en toda su vida. Para dar vida a este personaje el elegido es Forest Whitaker, ganador de un Óscar en 2006 por dar vida al dictador africano Idi Amin en El Último Rey de Escocia.
En este film, Daniels exprime en menor medida la carga emotiva tan aprovechada (a nuestro entender en exceso) en Precious, rebajando así un par de tonos el nivel dramático, lo que desde nuestra particular visión se agradece.
La ambición por abarcar toda la vida del protagonista hace que estemos ante un relato evocador pero poco afortunado e inspirador, tanto en lo que se refiere a profundidad como en lo relativo a extensión. Se nos presentan múltiples acontecimientos por los cuales apenas se pasa de puntillas, sin dejar tiempo alguno a la perfecta descripción de los mismos y la consiguiente reflexión. No nos llega a calar más allá de la camiseta que portamos. En ese sentido, desaprovecha el rico material existente y peca de superficial. Si bien es verdad que la lucha racial y el movimiento por los derechos civiles de las personas de raza negra está más que planteado, muchas más historias son referenciadas sin prestarles la debida atención para mostrárnoslas, pese a su trascendencia en la historia personal del protagonista y de toda la sociedad americana en su conjunto.
Ese hilo conductor que tira de toda la película es la lucha racial por los derechos civiles y la discriminación racial (absoluto centro de gravedad en torno al cual todo gira), pero en contraposición a lo inicialmente esperado y reconocible por todos nosotros, no se circunscribe a la lucha silenciosa promovida por el señor Martin Luther King o a la lucha violenta de los Black Panthers, ambas personificadas por el hijo mayor de Cecil en épocas bien diferenciadas de su vida. No es ahí por donde discurre; la cinta trata de llevarnos por el terreno de la "lucha próxima, íntima y cotidiana" de las clases trabajadoras y más sacrificadas, personificadas en esta ocasión por un simple mayordomo (bueno, no tan simple porque llega a ejercer su profesión en la Casa Blanca), en contraposición a lo antes mencionado. Es ese trabajador quien con su actitud, incluso inconsciente en ocasiones (o casi siempre), trata de abrir mentes, concienciar, hacer que la problemática sea próxima, normalizar la convivencia, etc. Es, al fin y al cabo, quien trata de "aportar la luz que desplace a la oscuridad"; es una "lucha" desde la calma, la proximidad, la sinceridad y la normalidad de lo cotidiano, tal y como el propio Luther King comenta poco antes de su muerte y a la que él mismo se rendía. Es ésta una larga y dura batalla librada desde la cercanía, cuyo triunfo será abrir la mente de la clase blanca gobernante, convenciéndola de la normalidad en la convivencia de las personas de distintas razas. Una batalla que aunque larga y ardua, casi siempre es garantía de éxito, dado que labra en lo más hondo de las mentes de todos y de cada uno de nosotros; la conciencia y el corazón. Es ésta la travesía que lleva a convertirse a un negro-doméstico (término terriblemente despectivo) en una persona cercana y próxima a nada más y nada menos que unos cuantos presidentes del gobierno de los Estados Unidos, todos ellos blancos y que, republicanos o demócratas, sin duda se erigen en la figura más influyente y poderosa del planeta.
A destacar el buen hacer de Forest Whitaker (no tan brillante como cuando dio vida a ese Último Rey de Escocia) y el buen plantel de secundarios que aportan dinamismo y frescura, si bien por momentos se convierte en un carrusel de entrada y salida de personajes históricos, cual pasarela de inquilinos del Despacho Oval. En esta retahíla nos ha resultado agradable Liev Schrieber dando vida al presidente Johnson. En cambio, nos parece poco agraciada la elección de James Marsden encarnando a unos de los presidentes más admirados y recordados, JFK.
El resultado final es un producto falto de chispa que si bien tiene prometedoras intenciones, te deja a medias, incluso con la sensación de que se estira en exceso, para no mostrar nada verdaderamente apreciable.
Lucas Liz
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