Hay una máxima en la vida: quien pretende controlarlo todo no deja que la suerte actúe, incluso a favor.
Este puro entretenimiento, disparate, que es la película tiene un fondo de verdad.
Cuando no puedes dominar la situación, pon las velas al pairo hasta que el viento sople a favor.
Tras este manual de aficionado, la pelicula es intensa. Brad Pitt la absorbe y a la vez deja que circule el aire, porque cuando todo parece atado se desbarata.
Muy oportunos y cáusticos los gemelos, la única parte que al final parece no salir del todo bien.
El resto de personajes, creíbles. La niña rusa que parece sacada de un Bond, el padre e hijo japoneses, de los 47 ronin... las escenas se funden en una coreografía de puñetazos y tiros a golpe de ballet. Hubiera sonado bien un Tchaikosky de fondo, a modo Kubrick.
Bien encajados todas las problemáticas y conflictos en que se ven envueltos los distintos personajes, no chirría su conclusión a pesar de que nada al principio parece relacionarlos entre sí.
La velocidad a la que avanza el tren en algún momento da la impresión de que va a hacer descarrilar la trama o que esta no va a poder seguirle el paso, pero, voilà, siempre acaba recuperando el ritmo.
En definitiva, la película es como una caja de muñecas rusas que no siempre van revelándose en su orden.
Por último, Sandra Bullock no sé porqué se ha puesto así la cara si se pasa todo el tiempo tapándosela con el pelo.
Los títulos de crédito al final tienen sorpresa (como era de esperar).
Y acuérdense de llevar consigo una mariquita para atraer la buena suerte.
Muy disfrutable.