Con Querida Wendy, Thomas Vinterberg sigue una evolución artística paralela a la de su compañero Lars Von Trier, y, al igual que éste en Dogville, abandona de manera descarada los postulados del movimiento Dogma 95 para entrar a analizar la sociedad estadounidense a través de un cuento moral con una estética escénica alejada del cine convencional. La historia, narrada a través de una carta que Dick le escribe a su propia pistola, no es más que una análisis crítico de la fascinación por las armas de fuego que impera en buena parte de los EEUU, un país que tiene en la tenencia de pistolas y rifles uno de sus principales derechos y que ve en ello una forma de disuasión que asegura la paz, perdiendo de vista por ello la premisa inicial de la cuestión: las armas se fabrican con un único y último fin, matar.