Hay películas recordadas por la razón menos buscada. Aquélla que ningún implicado quería o siquiera pensaba, pero que, a la postre, acaba siendo determinante. "Decisión crítica" (1996) es un ejemplo.

Empecemos por la historia. Unos terroristas secuestran a un puñado de personas en un espacio cerrado. Armados y con pocas ganas de chiste, amenazan con una carnicería si no se cumplen sus exigencias. El gobierno de turno, firme ante el chantaje, opta por enviar a unos expertos para que finiquiten el asunto. Pero no será tan fácil.

El relato, por supuesto, tiene poco de original. Suena a películas como "Delta Force" (1986), a "Speed" (1994), o a la "Jungla de Cristal" (1988). Poco importa que el escenario sea un autobús, un rascacielos o un avión. O que los héroes sean fuerzas especiales o un policía paleto al que el fregado le pilla por sorpresa. La cuestión es estar atrapado, haber criminales, rehenes, y unos protagonistas bravos. Concluimos, por tanto, que, "Decisión crítica", no navega por aguas sin cartografíar, sino más bien por bajíos en donde se puede ver el fondo.

Sin embargo, hete aquí que la gracia no reside en el trillado argumento. Está en que, al poco de empezar, a uno de los protagonistas le ocurre algo tan inesperado como agradable para el espectador (véase spoiler 1). Y es precisamente ese elemento el que dejó una impronta en el recuerdo. El resto es baladí y predecible, y ni tan siquiera Kurt Russell logra salvar la tontería.

En resumen, al gobierno de EE.UU. le encanta lucir sus aviones invisibles tan pronto tiene ocasión. Una contradicción con la que recordarle al mundo su superioridad militar y, de camino, lo bien que saca pecho enfrentándose a amenazas terroristas. La realidad, sin embargo, dista de parecerse. Desventajas de ser un vendedor de humo (véase spoiler 2).