Cuando Schwarzenegger consiguió ser gobernador de California en el 2003, estaba dejando en dique seco una carrera, la cinematográfica, que ya no iba viento en popa. En realidad llevaba unos nueve años perdiendo fuelle, con unos últimos trabajos francamente pobres. Quizás a ello contribuyó su peligrosa cirugía de corazón del 97 y un tipo de personajes, el de los machacas, que ya no tenían tanta garra en taquilla. Por ello, y en vez de consumirse, Arnold cambió de medio provisionalmente.

De esta manera, entre el 2003 y el 2011 no tuvo de qué preocuparse, pues andaba haciendo y deshaciendo en California, demostrando que administrar un estado era más difícil de lo que él mismo afirmaba, tanto en lo práctico como en lo moral. Baste decir que su legado quedó lejos de ser brillante, aunque justo es aclarar que su segundo mandato coincidió con la crisis económica, dejando las arcas públicas al borde de la insolvencia. En enero de 2011 abandonó la política para encarar otras cuestiones, como por ejemplo el hijo bastardo que ocultó durante años mientras aleccionaba sobre ética y sinceridad.

Su siguiente jugada fue recuperar su carrera como actor (véase spoiler 1) pero, hete aquí que las cosas no eran tan sencillas. A la flaccidez de su anterior trayectoria, se unía un parón durante el cual el interés del público había gravitado hacia otros actores. Además, el mundo había entrado en una recesión en donde el dinero ya no circulaba como antes. Arnie lo tenía difícil para levantar cabeza.

De entre sus diversos proyectos para retornar, destacaron el deficitario "El último desafío" (2013) y "Plan de escape" (2013); este último un producto tardío que salvó los papeles aunque sin brillar, con un presupuesto de $50 millones y una taquilla de $137 millones. En cualquier caso, una mejora. "Sabotage" (2014) fue su siguiente jugada. Una película que, sin embargo, la pifió en taquilla, pues sus $35 millones de presupuesto no pasaron de $22 millones de recaudación. ¿Qué falló?

De primeras, Arnold no era tan importante como uno esperaría, pues compartía su protagonismo de forma infrecuente en él. De hecho, la historia no giraba en torno a él, mientras su personaje, carente de cualquier carisma, era arrastrado por los hechos, más que controlarlos.

Otro problema fue la citada historia, quizás demasiado oscura y nada heroica. Un relato plagado de una violencia cruenta, con personajes protagonistas tan degenerados que inquietaban. No había manera de empatizar con ninguno, y el propio Arnold parecía un padre en apuros (perdón) intentando controlar a unos niños desfasados. En cierto modo, había una atmósfera enfermiza en cada fotograma que no casaba nada con el estilo de Arnold.

Y, finalmente, la estética fondona que le endilgaron creo que tampoco le benefició. Al Chuache estamos acostumbrado a verlo en papeles que desafían el paso del tiempo, siempre por delante de la decrepitud. Encontrarlo con un ridículo peinado engominado (difícil no acordarse de la película de 1986 "Ejecutor") y con unos pantalones caquis horribles, propios de señor mayor intentando ocultar sus aires fondones, no ayudó en nada. Le suben más la correa y ya sería un jubilado en toda regla.

En resumen, un trabajo flojo que incomoda y en donde Arnold no está en su medio. Sabe raro.