Dentro de la filmografía de Guillermo del Toro, y siguiendo la estela de realidad mezclada con fantasía que tan acertadamente concibió en “El espinazo del diablo” (2001), nos encontramos con este magistral ejercicio de imaginación, estilo y puesta en escena.

“El laberinto del fauno” es de esas obras que se asimilan en el espectador de forma profunda, despertando sensaciones tan variadas como la repulsa, el odio, la emoción y el terror. Del Toro es otro de esos directores que ha desarrollado su estilo de forma clara y notoria, desde sus comienzos con “Cronos” (1993) y siguiendo con la mencionada “El espinazo del diablo”. Incluso fuera de estas películas, las más personales, deja también su impronta en “encargos” como “Mimic” (1997) o “Blade II” (2002). Pero sin duda, “El laberinto del fauno” es, no sólo su obra más personal, sino el filme que mejor resume sus obsesiones y, hasta la fecha, su mejor película con diferencia.

El filme aúna fantasía con realidad histórica, la de la España de la posguerra, con militares más franquistas que el propio Franco, y por tanto el “malo” no podía ser más Del Toro: un capitán (Sergi López) de una crueldad indescriptible, casi caricaturesca, y la “buena” una inocente niña (Ivana Vaquero) que vive su propia realidad, transformándola en un cuento de fantasía lleno de magia, princesas sin reino, criaturas aterradoras y un fauno (Doug Jones) como maestro de ceremonias.

La película bebe mucho, tanto en marco histórico como en planteamiento, de “El espinazo del diablo”, pero desarrolla mucho más el mundo de fantasía y lo asocia mejor con la realidad, explicando de alguna manera que todo está en la mente de la niña y no hay nada que se salga de lo normal en el mundo de los adultos, que siguen con sus guerras y su violencia incomprensible. Éstos tienen sus propios problemas de los cuales no es ajena la niña, por lo que no hay relación entre los dos mundos que coexisten en el filme. Por ello, Del Toro nos propone dos películas: una de fantasía desbordante, como un cuento narrado al estilo clásico, y otra un drama atroz, violento y de fuerte impacto emocional, donde los actores ponen todo su talento y consiguen actuaciones notables, especialmente en los casos de Maribel Verdú, Sergi López y, cómo no, nuestro querido Álex Angulo.

Sea como fuere, las dos historias pueden convivir en armonía sin pisarse una a la otra gracias al buen hacer de Del Toro y su montaje, sin olvidarnos de la excelencia de la calidad técnica del filme, con una magnífica fotografía y un diseño de gran potencia visual. Una gran película, sin duda, con muchos momentos con sabor a buen cine, que se hace absolutamente recomendable.