Serie británica de mediometrajes centrados en los efectos de la tecnología en nuestras vidas de una forma irónica, sin concesiones y, sobre todo, muy ácida.

Al tratarse de episodios autoconclusivos, se hace necesario hacer una crítica por cada uno de ellos. Este primer episodio, “El himno nacional”, corresponde a un relato en el que se analiza un hecho muy concreto y se lleva a las últimas consecuencias. El hecho en sí es ya toda una declaración de intenciones: la amenaza de unos terroristas que tienen secuestrada a una princesa (de una ciudad indeterminada, aunque la flema británica es inevitable y podría tratarse perfectamente de Londres), y cuyo requerimiento es tan simple como complicado de llevar a cabo: el primer ministro debe tener sexo con un cerdo en directo por la televisión nacional.

El relato se desarrolla con una sobriedad y un humor ácido, salpicado de fina ironía y, sobre todo, de una crítica apenas velada contra los medios de comunicación, mostrando la escalofriante velocidad en la que una información se filtra por internet y se convierte en viral a los pocos minutos de manifestarse. Inherente a ello está el morbo que salpica a la sociedad global, ávida de emociones que permitan salir de la rutina, sobre todo si están relacionadas con el mal ajeno.

A pesar de su planteamiento, la sátira no deja una huella indeleble en el espectador. La historia, ya de por sí irreverente, no llega a sorprender tanto como se espera de un guion innovador, la tensión conseguida durante el desarrollo alcanza un clímax que no va acorde con lo mostrado. Un relato con esa buena factura, con ese comienzo tan interesante, con ese humor tan negrísimo, deja al espectador prácticamente con la miel en los labios conforme va llegando a su conclusión.

A pesar de todo, es un buen comienzo de temporada.