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El caballo de Turín

Drama Libremente inspirada en un episodio que marca el fin de la carrera del filósofo Friedrich Nietzsche. El 3 de enero de 1889, en la plaza Alberto de Turín, Nietzsche se lanzó llorando al cuello de un caballo agotado y maltratado por su cochero y, después, se desmayó. Desde entonces, dejó de escribir y se hundió en la locura y el mutismo. En una atmósfera preapocalíptica, se nos muestra la vida del cochero, su hija y el viejo caballo. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 88
Críticas ordenadas por utilidad
23 de febrero de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cine de autor. Bela Tarr, maestro, es un genio, con unas escenas larguísimas, sin casi diálogos, con el sonido de fondo el horrendo viento, todo enmarcado en blanco y negro, crea un film para recordar, por sus personajes pero más aún por su metáfora, el fin de la luz.

Atrapado desde el principio, bajo el sonido del estrepitoso vendaval, comprendes que es poema visual, lleno matices, pequeños detalles que son claves para su descubrimiento, mientras los personajes, incluido caballo, deambulan por la pantalla como si uno estuviera en su propia casa. El poco diálogo que existe, se desata como una tormenta primaveral, cae sin sentido pero con gran astucia, para volver al silencio. Todo es horrendo, duro y lamentable, pero imposible apartar la mirada, incluso en la oscuridad total.

Es muy recomendable, es un aire fresco alejado de las típicas producciones, de lo habitual.
Ranxomare
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26 de diciembre de 2011
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dios creó el mundo en seis días, y Béla Tarr lo destruye en otros seis días. De esta manera se puede hacer un resumen de lo que es ¨The Turin Horse¨, un film apocalíptico en el que el genial director húngaro aporta su propia visión del fin del mundo, como hicieron, por ejemplo, Michael Haneke con la impactante ¨El tiempo del lobo¨ o Lars von Trier con ¨Melancolía¨.
¨The Turin Horse¨ tiene como base un hecho que le sucedió a Nietzsche cuando se encontraba en Turín: en una plaza de la ciudad italiana, el filósofo alemán observó como un cochero maltrataba a su agotado caballo, incapaz de dar un paso. Nietzsche se abrazó al cuello del caballo, llorando y después se desmayó. Del cochero y del caballo nunca volvió a saberse nada, y a partir de aquí el filósofo cayó en la locura. Lo que hacen Tarr y su habitual colaborador de guión László Krasznahorkai es narrar el destino final del caballo, el cochero y su hija, quienes viven en la más absoluta pobreza en medio del campo, alejados de la civilización y totalmente aislados.
Quien sea seguidor de la obra de Tarr podrá observar con entusiasmo que ¨The Turin Horse¨ sigue presentando las características que su cine siempre ha poseído: esos extraordinarios planos-secuencia, el escaso pero eficaz uso de la banda sonora, su forma de usar el blanco y negro que es única, etc. Por tanto queda patente que ha sido y es fiel a su estilo, y eso es de agradecer en el panorama del cine actual, donde muchos se venden y pierden su estilo pasándose al cine comercial (David Gordon Green, Bill Condon...). Tenemos la suerte de que Tarr sigue haciendo su mismo cine, arriesgado, personal, de ritmo lento y pausado, y que no tiene término medio: o lo amas o lo odias. En mi caso me quedo con la primera opción.
El apocalipsis que se crea es estremecedor, desolador, con un viento incesante como si fuera un personaje más en la película. El cochero y su hija que de por sí viven en total soledad acaban todavía más solos si cabe, en total oscuridad, en la nada más absoluta. La tensión, la angustia y la inquietud incrementan según van pasando los días, al igual que el interés del espectador que también se va incrementando y vive ese fin del mundo con la misma sensación que los personajes. La capacidad de Tarr para transmitir es abrumadora. Su visión apocalíptica, también.
¨The Turin Horse¨ es una película de autor pura y dura, gran merecedora de los premios cosechados en el festival de Berlín, y también una gran película. Ante todo original, desasosegante y sobrecogedora. Si es la última película de Béla Tarr, como él mismo ha anunciado que podría ser, se despedirá del mundo del cine con algo extraordinario y que roza la obra maestra. Pero lo dicho, no es para todo tipo de paladares.
Marcos Sastre
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13 de septiembre de 2018
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por lo general, el cine y las series de televisión raramente plantean escenarios apocalípticos plausibles.

Quizá porque en su esfuerzo por pretender resumir procesos que conllevan siglos a un momento concreto eluden la naturaleza más esencial del propio proceso. Desde una perspectiva individual, es la propia lentitud con la que suceden los grandes cambios lo que les convierte en especialmente devastadores. Una extinción masiva, salvo “accidentes” tipo asteroide y por el estilo, no sucede de un día para otro. Lleva su tiempo. Nosotros llevamos 200 años intentándolo y aún no lo hemos conseguido. Del todo.

O por el trasfondo religioso y moralista del que estas películas y series suelen hacer ostentación. Donde el apocalipsis (o el post) es básicamente una nueva oportunidad, un camino de retorno al paraíso perdido, un modo de restablecer el equilibrio.

Tránsito que suele ser narrado en clave de espectáculo.

Además, por razones obvias, las variables científicas que en ocasiones actúan como gancho no pueden ser tratadas con seriedad. Precisamente porque el escenario es bien sencillo: es posible que en un futuro (próximo) no haya productos que impliquen procesos a escala global. Ni siquiera bicis o fertilizantes. Pero sí, quizá, unos cuantos burros.

EL Caballo De Turín ignora olímpicamente todas esas preconcepciones religiosas, literarias y cinematográficas y se arroja de lleno a los rigores del apocalipsis. Al día a día del fin de la humanidad. No hay héroes ni redención ni planos panorámicos desde el espacio, no es emocionante. Puede no ser más que una lenta agonía. Una agonía en la que el futuro se transforma en impenetrable oscuridad. Porque, de hecho, sin humanidad no hay futuro ni sentido (histórico) ni apenas línea temporal. Solo acontecimientos. Actos que se repiten miles de millones de veces.

El Caballo De Turín más que una película apocalíptica es una ascética elegía al humanismo; cuyo cadáver aún sigue siendo pisoteado por nuestra sociedad.

Claro, la humanidad es algo más que una suma de individuos. Sin sociedad no habría personas. No hará ni cinco siglos que la humanidad alcanzó el suficiente grado de complejidad como para poder empezar a analizarse a sí misma, a organizarse conforme a principios racionales y cartografiar el universo con cierta precisión. Es decir, que para lograr comenzar a ser conscientes de nosotros mismos como sociedad, para comenzar a vislumbrar lo que significa la humanidad, su lugar dentro de la naturaleza y su impacto en ella, hemos necesitado aproximadamente 200.000 años y mucho azar.

Por lo tanto, contrariamente a lo que todo anuncio sugiere implícitamente, la humanidad nunca ha sido presa de ningún tipo de exceso de espiritualidad ascética o racionalismo cartesiano. Y sin embargo, desde que la sociedad comenzara de manera sistemática a intentar llevar luz a las tinieblas, de llevar la razón a lo inconsciente, de organizarse en torno a criterios humanos (p.ej: justicia, igualdad y libertad) y no según la voluntad de cualquier tirano, no han faltado los visionarios que han puesto toda su energía en intentar sofocar ese tímido intento. Nietzsche, por ejemplo, confundió lo estético con lo moral para acabar desvariando con el heroísmo guerrero y cosas por el estilo. Mientras, otros, sometidos a las espectrales “leyes del mercado”, ignoran con premeditación la naturaleza crítica de la razón y la someten a fines puramente instrumentales, al margen de todo interés social. Obviamente es mucho más fácil ceder a un impulso que controlarlo, hacer que comprender o sentir que analizar. De hecho, a pesar de todo, a día de hoy a miles de millones de personas seguimos guiando nuestras vidas en función de creencias absolutamente irracionales.

Dada la inevitable “lentitud” que conlleva perpetrar una extinción masiva y la tenacidad que requiere, quizá haya que plantearse la posibilidad de que ese apocalipsis ya haya comenzado y que no sólo no seamos capaces de enfrentarlo sino que encima paguemos para que nos cuenten utopías redentoras. Disney ®. Así, el futuro de la humanidad puede seguir evaporándose en armas, coches, cremas faciales y otras fantasías e ilusiones. Así podemos seguir negando que envejezcamos o que seamos seres humanos. Así podemos seguir creyendo.

Caballo de Turín no necesita emplear recursos de ciencia-ficción. Podría ser el futuro o no. Podría estar ambientada durante una mala racha en una aldea subdesarrollada lo mismo que en el siglo XIX. Lo más extraordinario que hay en ella son las digestiones del protagonista. Por lo demás, está sucediendo ahora mismo.

La película ha sido vaciada de cualquier significado y connotación para articularse en torno al nihilismo más aterrador. Representa la nausea de un presente sin futuro y la certeza de que por lo tanto cualquier acto es inútil desde ya. Es una película apocalíptica en donde no sólo se ha reimaginado de 0 todo el apocalipsis, sino que también este ha sido reducido a 0 para que a partir de ahí que cada cual piense y sienta lo que quiera y pueda.

Nota Bene.
Una vez el castillo de naipes comience a ceder, si lográis, que no, sobrevivir a la primera y fulminante ola de mortalidad no esperéis maná del cielo por mucho que creáis estar en el desierto. Olvidad la carne y el pescado. Dad por seguras incansables tormentas de arena tras cuyo paso las cosechas se echarán a perder y todo quedará un tanto más viejo y oxidado. Definitivamente más oscuro. Vosotros mismos estaréis más cansados. Más grises. Finalmente, si tenéis el privilegio de ver como se apaga la última vela, comprenderéis lo inútil de volver a hacer algo a menos que sea estrictamente necesario. La nada es la clave de todo.
Donald Rumsfeld
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11 de octubre de 2011
18 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
"¿De qué color es el caballo blanco de Santiago?" es una de esas preguntas estúpidas que alguna vez se sacan a la palestra para poner en tela de juicio la capacidad de atención de aquel al que se le plantea la cuestión. La respuesta es pues tan obvia como el hecho de que Bela ya no tiene mucho que conTarr, aunque da igual porque "Turin Horse" no es tanto una historia como una experiencia; no apela por una narración sino a la captura de unos instantes. Varios días en la vida de un par de personajes atrapados en una cabaña con la única compañía de un caballo, mientras nosotros observamos su rutinario día a día y vamos ahogándonos minuto a minuto hasta llegar al desolador fundido a negro que se separa casi dos horas y media del primer título de crédito.

Lo sobrenatural es que "Turin Horse" funcione, y de qué manera, aunque requiere una implicación total del espectador. No es cine narrativo per se, hay un hilo argumental pero no hay desarrollo en un sentido estricto, así que hay que saber lo que se afronta: planos larguísimos, una experimentación formal en lo referente a la medición de los tiempos, perfectos encuadres complementados por una soberbia fotografía de Fred Kelemen, que a medida que avanza el film gana en complejidad, etcétera. Y no pasa nada si te aburres un rato (a mi me sucedió en su primer tramo, es una película durísima, en la que cuesta entrar) porque esto se ve recompensado cuando consigues ser parte de esas vidas errantes y llegas al final extasiado, sufriendo cada contratiempo y casi agradeciendo que ese fundido a negro llegue, para poder volver a coger aire y seguir con lo tuyo. Cine que parece contemplativo, de "mirar", pero en que verdaderamente lo importante es "ver". Y como en la pregunta del caballo blanco de Santiago, "oir" no lleva a la respuesta, sino que lo que da acceso a ella es saber "escuchar". Buen cine, en definitiva, que sabe recompensar al espectador paciente con momentos de gran fuerza.
Caith_Sith
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20 de septiembre de 2012
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
'The Turin Horse' no es una película, es una experiencia vital, algo que no ha sido creado para ser visto, sino para ser experimentado desde todos los sentidos. Tal vez por eso, nadie quedará indiferente ante la invitación de Béla Tarr a acompañar a la familia campesina protagonista de esta historia en su desasosegante y tortuoso camino sin retorno hacia la desesperanza. Reverenciada y odiada a partes iguales, la película del director húngaro es una experiencia única y posiblemente irrepetible; no recuerdo la última vez que he podido experimentar algo tan compensado estilística y argumentalmente. Cada fotograma es de una excelencia brutal, una fotografía repleta de sentido, encuadre y perfección visual.A través de una cada vez más tensa e impactante melodía que sirve de poderoso intermezzo a cada trama y los constantes planos secuencia, que demuestran un absoluto control del tempo, la escenificación y el lenguaje cinematográfico, Béla Tarr nos introduce en la rutinaria vida rural de un padre y una hija y su caballo y casi sin querer nos hace vivir desde la experiencia lo que ellos viven y sienten. Un adelanto tal vez del Apocalipsis, de la pérdida de la fe, del alma (¿será el caballo símbolo del interior de los personajes?) anunciado por esa inesperada visita que tan sólo parece necesitar un poco de palinka. El fin se percibe, se acerca, se vivencia en la recurrente comida, en la constante visita al pozo en busca de agua, en el metódico vestir y desvestir, en la impotente parálisis del padre, en la renuncia a la esperanza del caballo...

Sólo seis días, justos los mismos en los que se lleva a cabo la Creación del Génesis. Génesis/Apocalipsis: 'Hasta las llamas se apagan'.
poverello
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