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El eclipse

Drama. Romance Vittoria (Monica Vitti), tras una acalorada discusión, decide romper con su novio Riccardo (Francisco Rabal). Mientras disfruta de su libertad en compañía de su madre, conoce a Piero (Alain Delon), un joven y atractivo corredor de bolsa, un seductor arrogante con el que mantiene un apasionado romance. (FILMAFFINITY)
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Críticas 33
Críticas ordenadas por utilidad
8 de diciembre de 2013
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vittoria (Monica Vitti) y Riccardo (Francisco Rabal) rompen. Poco tiempo después, conoce a Piero (Alain Delon), un corredor de bolsa con quien vivirá un romance intenso y distante a la vez.

Tedio, abatimiento, aburrimiento… la ruptura entre Vittoria (Monica Vitti) y Riccardo (Francisco Rabal) es lenta. Ella ya no lo ama, él se resiste a creerlo; al final, se separan.
Esta larga secuencia contrasta con la siguiente, que muestra el ritmo frenético de la Bolsa. Ahí es donde Vittoria se cruza con Piero (Alain Delon).

La bolsa se asemeja a un templo, el del dinero, sobre todo cuando tienen que guardar un minuto de silencio por la muerte de un colega. “Un minuto aquí vale millones”, explica a Vittoria Piero, que se impacienta por haber tenido que interrumpir su actividad.

La película funciona en gran medida por pares opuestos:
- Silencio, ruido. En el primer caso, el de la casa de Riccardo, al principio y después la Bolsa, donde trabaja Piero.
- Soledad, bullicio. Hay escenas nocturnas de Vittoria, cuando va a buscar los perros que se han escapado, por ejemplo y escenas diurnas en la ciudad.
- Dinero, sentimientos, dos elementos que se mezclan tan mal como el agua y el aceite. El dinero que quiere acumular a toda costa Piero; los sentimientos de ella.
- Jungla, civilización. Una vecina, cuenta su vida en Kenia, habla de 60.000 blancos rodeados por 6 millones de negros, que “casi viven en los árboles aún”, según asegura. Pero la historia de Vittoria, Piero y Riccardo se desarrolla en pleno asfalto.

Los espacios, aunque reconocibles (calles de extrarradio, apartamentos, habitaciones, etc.), tienen algo irreal, como si los personajes (Vittoria, principalmente) vivieran en otra dimensión. Tampoco se saben bien las distancias (¿dónde está la casa de Vittoria respecto a la de Riccardo?; ¿cuánto dista la Bolsa de casa de la madre de Vittoria, que parece que está al lado?). Parece en realidad un espacio más subjetivo (la proximidad/distancia de los personajes entre ellos) que real. Por lo general, las calles están casi desiertas, más cercanas de un estado de ánimo que de una realidad objetiva.

Ya sea escenas de calma (la ruptura, la “fiesta” de la vecina keniata, el paseo en avión, etc.) o de movimiento (en Bolsa), Antonioni se toma el tiempo de contar, de filmar, de mostrar, probablemente para que el espectador fragüe sus propias impresiones. En el caso de la Bolsa, ¿podemos imaginar que en la vida real esa vida de frenesí pueda interesar a alguien? ¿Sabrá cada uno de los participantes en esa compra-venta frenética lo que tienen que hacer? Vittoria, de hecho, mira y se siente ajena a todo ese mundo. En cambio, Piero parece disfrutar y la madre de Vittoria, jugadora empedernida, goza y sufre según suben o bajan los números.

Cuando empieza el romance entre Piero y Vittoria el ritmo se ralentiza; fuera del circo de la Bolsa, su relación toma el tiempo de amasarse….

Bella fotografía en blanco y negro, tonos suaves, para acabar en una noche oscura. Un señor lee una noticia sobre la frágil paz debido al peligro nuclear (es el año del asunto de Bahía de los Cochinos, que puso al mundo al borde de un tercer conflicto). Miradas de gentes, espera del bus, de alguien, ¿de qué? Cámara que enfoca detalles (agua, tierra, hojas, burbujas, árbol, escorzo de cara…). El amor es tan incierto como el mundo en el que viven los personajes, entre el frenesí bursátil y la calma total.

El film data de 1962; Delon por aquel entonces ya había vivido en Roma una temporada. En el año 1957 rueda su primera película en Francia y a partir de entonces, comienza a trabajar con mayor frecuencia. En 1958 conoce a Romy Schneider; él tiene 23 años, ella 20. Forman la pareja perfecta, jóvenes, guapos, con talento. Único problema: él la engaña con otra mujer. La carrera de Delon se afianza en Europa. En Italia rueda El eclipse en 1962 y al año siguiente, El Gattopardo, de Visconti, con Claudia Cardinale…
Francesca
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13 de enero de 2015
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue una de mis primeras incursiones en el universo Antonioni. Monica Vitti deja a Paco Rabal para irse con Alain Delon. Yo me considero muy fan del cine italiano más escandaloso y dinámico, pero está claro que lo que hace don Michelangelo es poesía; y claro está, la poesía no le gusta a todo el mundo, es más, gusta a muy poca gente. Con subidas y bajadas la película se ve bastante bien y no es tan tostón como me dijeron. A positivar una genial secuencia donde, en la Bolsa, un lugar donde el griterío es el protagonista, hacen un minuto de silencio. A positivar también a una de las mujeres más hermosas que se han puesto delante de una cámara: Monica Vitti. Ella hizo que la película me pasara volando.
A POSITIVAR
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22 de enero de 2017
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Volver a los viejos mitos de juventud tiene algo de arriesgada jugada del azar. Nunca sabemos quién habrá cambiado más, si el espectador que fuimos y ya no somos o la obra de arte que nos maravilló y quizás ahora nos decepcione, como suele pasar tan a menudo, incluso con obras tan sólidas que, diríase, habrían de prevalecer contra la erosión implacable del tiempo. Antonioni ha sido siempre un cineasta muy particular, asociado al concepto de incomunicación y al del hastío burgués en una sociedad neurótica e insociable que él, supuestamente, ha descrito como nadie antes. El eclipse es una película estándar dentro de su filmografía, ajustada a los cánones básicos de su cine, pero con algunas singularidades que hacen de ella una obra cinematográficamente excepcional, dado el laconismo de la protagonista, el misterio de su crisis existencial y la recreación de ese doloroso estado de ánimo en los paisajes urbanos en los que la cámara se recrea casi con afán documental, si bien los planos desangelados de los edificios, ciertas composiciones de volúmenes arquitectónicos dentro del plano, el enfoque moroso en ciertas texturas, como el pajizo que recubre un edificio en construcción, o un apilamiento de ladrillos que evocan con mágica perspectiva una ciudad -en una escena casi idéntica a la que Godard realizó con envases de productos comerciales, por cierto-, contribuyen a la creación de una atmósfera que otorga a la obra una especie de condición futurista, como si se nos hablase, no del presente, Roma, 1962, sino de una distopía en la que los barrios de calles desiertas, silenciosas, por las que los transeúntes se aventuran como por un espacio prohibido o controlado, nos hablara de algo así como de una sociedad posnuclear en la que los supervivientes de la especie hubieran perdido su personalidad singular. La historia es apenas un pretexto para describir un personaje, Vittoria, enigmática y deslumbrante Mónica Vitti, a mayor gloria de la cual está construida la película, aquejada por la insatisfacción vital radical, que acaba de abandonar a su novio, un acaudalado hombre de negocios, amante del arte y del lujo, a juzgar por la casa donde ella le comunica su decisión tras lo que se refiere como una noche “movida” en la que se han dicho incluso lo indecible. El ritmo ceremonial de la ruptura, el juego de planos estáticos en los que los personajes mantienen una distancia helada, incluso en los que ni siquiera los dos forman parte de él, del plano, como si se quisiera traducir en la imagen la ruptura de los amantes, indica al espectador que ha entrado en un universo de silencio y de significados en el que los planos nunca serán en modo alguno gratuitos, antes al contrario, todos ellos están como sobrecargados de información que conviene leer con atención, y he de reconocer que Antonioni es heredero de maestrías, en ese arte de la descripción, sea en plano fijo, sea en barrido de cámara, como la de Ophüls, o la de Dreyer, por poner directores hasta cierto punto cercanos a la sensibilidad del director de Ferrara. La película no tarda, después de una excursión nocturna con unas amigas vecinas, incluida una espectacular danza africana de la Vitti, en una suerte de viaje antropológico a través de la decoración del piso de la vecina que vive habitualmente en África, en dar un giro tan sorprendente como espectacular e imantador, porque la protagonista va en busca de su madre al lugar donde tiene, podría decirse, su hábitat cotidiano: la Bolsa de Roma. Desde que la cámara entra en el edificio de la Bolsa, el antiguo Templo de Adriano, asistimos a unas secuencias enloquecedora en las que el ambiente mortecino de la realidad, incluidas, sorpresivamente, las propias calles del centro de Roma, contrastan con el desbordamiento de actividad frenética y aulladora que llena las secuencias con una vitalidad que nada tiene que ver ni con la protagonista ni con el extrarradio pacífico donde habita ni con los devastadores silencios que, fuera de ella, la Bolsa, acongojan a la desconcertada protagonista. En la Bolsa aparece el coprotagonista, un Alain Delon que actúa como si no hubiera hecho otra cosa en toda su vida que ser agente de bolsa, quien lleva las inversiones de la madre, lo que le permite autopresentarse a la protagonista con el desparpajo, la seguridad y la simpatía arrolladora a la que no será inmune la protagonista. Hay un afán documental inequívoco en las secuencias de la Bolsa, y Antonioni fue documentalista por vocación, también, y prueba de ello es que actúen auténticos agentes de cambio y bolsa profesionales en la película, a quienes Antonioni filma con una pasión que es totalmente correspondida por la verdad contundente del retrato de esa actividad totalmente opaca para los espectadores no puestos en el negocio. ¡Qué prodigio de contraste el hecho de suspender la actividad durante un minuto de homenaje a un colega fallecido ¡por infarto! y la consiguiente reanudación de las contrataciones desquiciadas en las que nunca se llega a saber, aunque si intuir, qué negocios de alto riesgo se fraguan en esas tensas conversaciones a grito pelado! La oportunidad que escoge Antonioni es la de una caída generalizada de la Bolsa y unas pérdidas escalofriantes que afectan a casi todos los presentes, como se advierte en unas escenas de pánico y desolación en la que los inversores -que echan pestes de los partidos de izquierda que buscan su ruina…- cruzan los espacios de la institución a medio camino entre el colapso orgánico, la depresión anímica y la desorientación total.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Juan Poz
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25 de octubre de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vamos a ver, como aburrida, "El eclipse" es aburrida a cachitos. Los primeros diez minutos, donde apenas se habla y donde no sucede nada son terribles. También está llena de banalidades y de detalles inútiles o intrascendentes. Monica Vitti no me parece tan fascinante como opinan algunos por aquí (y la ropa que luce es absolutamente terrible). Pero igualmente es cierto que tiene cosas extraordinarias. Todas las escenas de la bolsa (y son varias) podrían figurar entre las mejores escenas jamás rodadas: es casi sobrenatural como en planos donde aparece tantísima gente, todo el mundo dé la sensación de estar actuando con naturalidad, como si encima de cada actor o de cada figurante hubiera un ayudante de dirección aconsejándole los gestos más adecuados. La fotografía es especialmente atractiva. Y Alain Delon demuestra que no sólo era guapo, sino uno de los mejores actores del cine europeo (la actriz que hace de madre de la Vitti también está enorme). En fin, una película irregular, pretenciosa en muchos momentos, pero con un indudable atractivo.
Elicio12
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31 de diciembre de 2017
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El pasado 3 de noviembre la actriz italiana Monica Vitti cumplió 86 años, una mujer que supo hacerse un lugar entre baluartes de la época de la talla de Sophia Loren, Brigitte Bardot y Claudia Cardinale, entre tantas otras, y ser uno de los iconos máximos del cine europeo en la década del 60′, producto de una extraña combinación, que va desde una belleza por momentos extravagante, cierta sutileza en el andar, y un dote natural y genuino para la actuación. El 8 de noviembre, solo cinco días más tarde, cumplió años el actor francés Alain Delon, 82 para ser exactos, y sin dudas en su caso, su envidiable rostro le abrió el camino desde un principio; no obstante, supo hacer valer una serie de cualidades, ya que no tardó en demostrar su capacidad neta para la actuación, y un estilo y elegancia admirable. Al igual que Vitti, Delon se convirtió en un icono del cine europeo en su momento, tanto por virtud, como por estética, si bien hoy día es más recordado por esta última.

Por esas cosas de la vida, una sola vez en la historia ambos actores coincidieron, y en que manera; Fue en el año 1962, en una de las cintas claves del director nacido en Italia Michelangelo Antonioni, quien por aquel entonces era la pareja de Monica Vitti, y el mismo que años antes la descubriera y le diera la importancia y el lugar que merecía. La película en cuestión es "El Eclipse", considerada el cierre de una trilogía del realizador italiano, que comienza en el año 1960 con "La Aventura", el film que le dio la debida popularidad y reconocimiento de la crítica especializada de aquel entonces, sigue un año más tarde con "La Noche", y finaliza con la cinta mencionada. Las tres producciones contaron con la participación de Vitti, quien también protagonizó "El Desierto Rojo", otra obra magistral de Antonioni, y primera en color, pero que para algunos ya marca otro rumbo y otro enfoque.

Al igual que sucede en casi toda la filmografía de Antonioni, El Eclipse no es una película ni fácil, ni convencional, cargada de momentos de incertidumbre, y que tienden a esquivar los lugares comunes, tomándose el tiempo necesario para cada instancia, y quizás llevando la trama para el lado esperado, pero no en la forma en que uno más puede llegar a dilucidar. Muchas instancias parecen de relleno, pero sin dudas forman parte de un entramado, y dan ciertos matices al relato en sí.
La historia es simple; Monica Vitti hace el papel de una chica, que tras una discusión relevante, decide dejar a su novio, llevado a cabo por nada menos que Francisco Rabal. Luego de esto conoce a un joven corredor de bolsa, interpretado por Alain Delon. Lo que parece una historia plana, tiene una serie de momentos pintorescos, encuadres que parecen netamente artísticos, pero que esconden un significado, y silencios perfectamente delineados, que a veces derivan en detalles sonoros de toda índole.

Más allá de algunos vericuetos, o escenas que no terminan de esclarecer lo narrado, el enfoque central recae en las relaciones amorosas, y por tanto humanas, y en la dificultad para comunicarse/entenderse en las sociedades modernas, que es un poco la temática en común con las cintas previas citadas. Tampoco es claro cual es la intención del personaje de Vitti en cuanto al de Delon, siendo reciente la ruptura con su ex pareja, y una serie de acciones que representan un estado de confusión en la misma. En cierta forma alude a lo transitorio, a una suerte de tiempo de reflexión, de asimilación de ideas, y a la vez, en dónde se presentan ciertas libertades que quizás previamente permanecían fuera del alcance.
Uno de los datos de color de El Eclipse, es la forma en que Michelangelo Antonioni usa a Monica Vitti como vehículo de la acción en muchas secuencias, recayendo la atención, y siendo ella guía de los acontecimientos, moviendo en ocasiones los hilos de la historia, sirviendo de orientación; y es que, sin dudas, se para desde su postura, ya que la cinta inicia con ella y su novio en una habitación, y finaliza con ella, y lo que termina sucediéndole en su nueva experiencia. Quien sabe; quizás era toda una excusa para poner exponer a quien fuera la mujer más importante de su vida en la mirada de los otros.
Manuel Esteban
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