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La hija de Ryan

Drama. Romance Irlanda, 1916. Cuando Charles (Mitchum), un maestro rural viudo, vuelve de Dublín a su aldea natal, Rosy (Sarah Miles), una muchacha muy impulsiva, se encapricha con él y no parará hasta llevarlo al altar. Pero el matrimonio fracasa: Charles es un hombre maduro y sosegado mientras que su esposa es una joven muy apasionada y romántica que acaba enamorándose de un oficial inglés con el que se ve en secreto. (FILMAFFINITY)
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Críticas 70
Críticas ordenadas por utilidad
15 de abril de 2009
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras haber contemplado y disfrutado de esta estupenda película, me es difícil entender como en el momento de su estreno pudo obtener críticas tan negativas como para conseguir que su director se retirara del cine y tardase catorce años en volver a ponerse detrás de las cámaras. "Pasaje a la India" por tanto, se convertiría en su último trabajo.

De todas maneras, incluso con críticas en contra el filme logró llevarse dos merecidos Oscars, uno a la Mejor Fotografía de Freddie Young y el otro al Mejor actor secundario para John Mills.

Es precisamente la bella fotografía la que consigue atrapar la atención del espectador desde el primer hasta el último fotograma. Cuidada hasta el detalle, es un auténtico deleite para la vista y todo un espectáculo poder contemplar en la gran pantalla los magníficos acantilados y las infinitas playas irlandesas. Se tardó casi un año en poder terminar la película, lo que no es difícil de entender para todos aquellos que conocen la cambiante climatología de aquellos lugares. De hecho hay algunas tomas que se tuvieron que rodar en Sudáfrica debido al problema antes mencionado. Hay que destacar también las impresionantes imágenes de la secuencia de la tempestad, rodadas durante una tormenta real y con el riesgo que ello representaba, pero consiguiendo finalmente un resultado admirablemente sobrecogedor.

Los actores principales son Robert Mitchum y Sarah Miles, ambos estupendos, arropados por un excelente elenco de actores secundarios, comenzando por Leo McKern, el tabernero Ryan del título, siguiendo por el ya citado Freddie Young, que hace un soberbio papel interpretando a un sordomudo y el magnífico Trevor Howard, dando vida al peculiar cura del pueblo. Sin duda este último es uno de los más interesantes personajes de la película.

En cuanto a la acción, se combina muy certeramente la descripción íntima de los sentimientos de los protagonistas con el momento histórico en el que se enmarca la trama, que tiene lugar durante la ocupación británica del pais en el año 1906. En una pequeña aldea de la costa irlandesa Rosy, una joven soñadora, contrae matrimonio con el maestro del pueblo, un hombre honesto y maduro que le dobla la edad. Poco tiempo después, Rosy intuye que el sexo debe ser algo más pasional y delirante que el que mantiene con su marido. Esta certeza no se hace esperar cuando llega a la aldea un Oficial del Ejército inglés con el que acabará manteniendo una atormentada relación que hará que todos los habitantes del pueblo la tachen de traidora y desleal, no sólo por adúltera, sino por estar unida con un indigno miembro del bando enemigo.

(continúa en el spoiler sin desvelar detalles del argumento)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
hambredecine
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21 de febrero de 2011
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esa Irlanda profunda, de fuertes raíces católicas, con ese ancestral odio hacia todo lo inglés, como telón de fondo de una maravillosa historia de amor, real como la vida misma.

Esa Sarah Miles de espíritu inquieto (desinquieto, que se dice por mi tierra) con la hormona revuelta y la sangre galopando locamente por sus venas.

Ese fantástico e increíble Robert Mitchum, el marido perfecto, el hombre que te quiere por encima de todo y de todos, el eterno reposo de la mujer guerrera. Cómo conozco a ese hombre.

Ese soldado atormentado con las hermosas facciones de un casi desconocido Christopher Jones, que sólo encuentra paz entre los amantes brazos de la hija de Ryan. Qué mirada, cuánto sufrimiento se esconde en ella.

Ese tonto del pueblo que siempre ha estado secretamente enamorado de la apasionada Rosy. Impresionante John Mills y merecidísimo Oscar.

Ese cura que representa la inexorable ira de Dios, que lo sabe todo de todos, implacable con la ignorancia del pueblo y con sus pecados, pero capaz de comprender y sobre todo de perdonar. También genial Trevor Howard.

Y esos acantilados irlandeses, esas playas, ese viento...
Talía666
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14 de diciembre de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
He aquí, intacto, en su plenitud y en su sublime esencia romántica, a ese director al cual había empezado a tener en alta estima cuando vi sus filmes: “Breve encuentro”, “Grandes ilusiones” y “Oliver Twist”. David Lean está aquí en lo suyo, proverbial en su manera de recrear a la gente del común con sus contradicciones y falencias, pero capaz de extraer la grandeza y la sensibilidad que se oculta en cada uno. Basta ver esos breves pero eternos momentos, de Michael en el bote cuando ha recuperado, él solo, un montón de armas olvidadas; ese gesto de la tempestuosa Maureen Cassidy cuando recibe el beso del revolucionario que se siente feliz con su compromiso; o ese sacerdote apresurado por la playa en busca del profesor para llevarle su ropa… y ahí resplandece, entre cosas muy simples, la gran valía de nuestra esencia humana. Y Lean demuestra que sabe muy bien de todo esto, porque “LA HIJA DE RYAN” está tan colmada de preciosos detalles, que más que con los ojos, nos reclama verla con el alma plena.

¡Cómo no compenetrarse con los sentimientos de Rose cuando en la playa camina sobre las huellas del profesor! ¡Cómo no dolerse con el zapateo seguro del tonto del pueblo cuando el mayor Doryan se atormenta por su pierna amputada! ¡Cómo no condolerse con el profesor cuando visiona el recorrido de su esposa siguiendo las huellas de la playa! y ¡Cómo no compenetrarse con el sentimiento de Rose cuando ve a su padre atribulado mientras a ella se la acusa de lo que, él sabe, que no hizo!... De esta manera, cada personaje se hace nuestro. Podemos sentirlos y entenderlos, podemos saber lo que los demás no saben, y sentir lo que quienes están con ellos no sienten porque no comprenden.

De esta manera, lo que ha logrado Robert Bolt con su magnífico guión y David Lean con su brillante dirección, es concedernos la oportunidad de sentirnos como si fuéramos Dios, cuando al ver lo que se alberga dentro de cada espíritu, nos damos cuenta que se torna imposible juzgar o condenar a alguien. Nos queda aquí, claramente explicado, porqué es el Creador el único que no ve mal en ninguno de nosotros.

Ese magnífico cura, Hugo Collins, hace lo suyo con una sabiduría y con un compromiso por la causa del pueblo, que nos trae nostalgia por esa institución tan venida a menos. Y esa vigorosa escena del pueblo unido, en medio de la borrasca, para recuperar los recursos que les traerán la libertad, nos demuestra lo fácil que es unir a la gente cuando la causa es justa.

Estupendas, magníficas, adorables, resultaron las actuaciones de Sarah Miles, la joven que ansía experimentar la sensación de vuelo que produce el amor… y que con el profesor no alcanza; Trevor Howard, el sacerdote de alma comprometida; Leo McKern, el padre bueno y generoso, ideológicamente extraviado por los sobornos y las adulaciones; y muy especialmente, John Mills, quien se llevó un Oscar y un Globo de oro más que merecidos, con esa singular caracterización del hazmerreír del pueblo que también tiene su corazoncito. Y es imposible no exaltar las relucientes y pictóricas tomas exteriores, logradas por ese gran artista en que se había convertido el cinematografista Freddie Young.

“LA HIJA DE RYAN” me merece el más alto reconocimiento.
Luis Guillermo Cardona
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16 de abril de 2011
14 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sobre todo cuando los ojos que lo contemplan son urbanos. La gente en los pueblos pequeños es más bruta, más mala, más envidiosa. Este se lleva la palma. Tiene sólo una calle, pero de repente se llena todo de vecinos que sólo respetan al cura. Un cura tan viril y que siempre llega un par de minutos tarde. Aunque, de verdad, no se esperaba nadie lo miserable del tabernero. Ni que la estolidez de Mitchum llegara a tanto, (es la antítesis del macarra de "Amanecer"). Ni que el tonto del pueblo tenga el don de la ubicuidad, (siempre está en el meollo, aun cuando las distancias de las playas son kilométricas). Una película a la que sólo sobra la escena de la tempestad, que se quiso que fuera apoteósica y lo es. La sencilla historia de una mujer "malfollá" que transmite al espectador el deseo de carne no parece dar para tanto metraje, pero da. Aunque, por casualidad, vi un lunes el dvd 1 y el martes el dvd 2, y la cosa se queda más fresca, me temo, que todo de un empacho. Cuando se dice que ya no se hace cine así, se miente; se intenta continuamente hacer cine así, y en imaginería seguramente se logra. Pero en esta cinta se nota que aún se confiaba un poco en el espectador, lo que quiere decir que no se le da todo mascado o que los personajes son una panda de romos gilipollas. Todos, pero todos, tienen aquí más de una cara, más de una doblez, (hasta Mitchum, que aparece y desparece pétreo, es despedido in extremis con cara de duda, en una escena maravillosa). No es el colmo de la psicología, de la sutileza, pero al menos estamos ante una obra que no nos toma por tontos. El trabajo actoral es magnífico, pero tener a Trevor Howard, rústico y de una pieza, pero con perspicacia de altos vuelos, es jugar con ventaja. Muy apetecible Sarah Miles, a la que da gusto ver cómo por fin se la meten de verdad. Y maravilloso el sordomudo Michael, que es exactamente como mi perro de comportamiento. Y me pregunto cuántos turistas habrán ido después a ver esa playa.
berenice
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10 de mayo de 2011
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La amores "fou", los arrebatos amorosos, son un tema muy peligroso para el cine; es fácil caer en el ridículo. Sólo recuerdo una película donde la transformación que el amor opera en el carácter de un personaje, de una mujer, esté tan bien retratada como aquí; es Madame de..., de Max Ophüls (ahora recuerdo otra -y seguro que hay más-, no muy bien considerada pero que yo también aprecio: El diario íntimo de Adele H., de Truffaut, aunque ahí no hay transformación, sino una entrega incondicional, ajena a cualquier razonamiento, desde el primer momento). El tema surrealista por excelencia, el arrebato amoroso que lleva al sujeto a entregarse por encima de las consideraciones sociales, a no ser dueño de si mismo (la entrega de Sarah Miles al mayor inglés me recordaba a las películas de vampiros, a las pasiones enfermizas de las jóvenes vampirizadas por Drácula), a interpretar el universo en la única
medida del ser amado, en manos de Lean resulta cualquier cosa menos delirante, enfermizo... Nada surrealista. Sería injusto decir que es frialdad "inglesa", porque La hija de Ryan no es una película fría, pero sí hay una huida de los excesos y una especie de dejar que las cosas vayan ocurriendo solas, sin énfasis, que es muy propia del director.
En Madame D. la protagonista pasaba de la frivolidad a una dolorosa madurez; aquí la mirada es igual de respetuosa, pero el proceso distinto, o más bien no hay proceso, sólo decepción; Sara Miles anhela entregarse y busca en su mundo objetos a la altura de su amor, pero la realidad siempre acabará decepcionándola porque sus idealizaciones nunca dejarán de ser una ficción, son en realidad imposibles (Adele H. era distinta; era una cabezota perfecta, lo único que contaba era su ideal de amor, la realidad era algo totalmente indiferente).
Con La hija de Ryan, David Lean estaba en el punto álgido de su carrera. En cierta medida, es la película de alguien con autoridad para permitirse cualquier cosa, como 176 minutos para contar una historia intimista. Y la gran virtud de La hija de Ryan es la sensación de que esa duración es necesaria, no sólo de que nada sobra, sino que esa manera de contar es la que da carácter a la obra. Como siempre, nada en la historia es nuevo, pero lo parece cuando está dicho con la convicción con que aquí habla David Lean. En otras circunstancias, años atrás, el director se hubiera visto obligado a sintetizar, a recortar escenas, a hacerla más accesible al público (en cuanto a duración). Esa libertad la pagó cara: el fracaso en taquilla casi acaba con su carrera (sólo rodaría una película más, y la friolera de 14 años después). El último proyecto, Nostromo, fue un querer y no poder durante años (ójala se publicará alguna vez el guión por el que tanto luchó el director durante los últimos años de su vida). Con una mayor capacidad de síntesis, la película no sería la misma. A cambio de sacrificar la comercialidad, se consigue una película extrañamente sincera.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
MrRipley
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